Archivo de la etiqueta: café para dos

… y se va.

El viento… hoy necesito el viento colándose por las rendijas de la ventana. Hoy necesito las contraventanas golpeando y rompiendo el ulular del aire.

Necesito un café cortado, calentito, y mi cigarrillo.

Necesito sentarme en mi sillón orejero y mirar a la gaitera que me observa desde el cuadro.

Necesito…

Un sorbo de café. Es descafeinado, por las horas.

Mi cigarrillo… Lucky.

Lo enciendo.

Una calada larga. Inclino mi cabeza hacia atrás y dejo que el humo se escape hacia en techo. Las sombras juegan en él… una mosca pesada me fastidia la escena. La maldigo, pero… la da igual, ni se inmuta. Sigue fastidiándome el juego de las sombras, las luces, el humo expandiéndose en el techo…

La vida. La muerte. Juegan… jugamos con ellas. No pensamos en la muerte, salvo cuando aparece. No pensamos en que nuestra gente se irá un buen día. Ni siquiera cuando sabemos que el fin está próximo.

Saber.

Saber o no saber, he ahí el dilema.

Esta semana supimos. Ya sabíamos, pero esta semana… supimos. Todo se puso en orden. Él morirá. Pronto.

Él no lo sabe. No lo ha oído de nadie. Pero lo siente. Lo empezó a sentir antes de que los demás atáramos cabos. Vitó con todas sus fuerzas ir al médico, no fuera que se lo dijeran en voz alta. Le daban mareos cuando iba, se ponía nervioso, se caía en medio de la noche… no quería saber.

Una calada… retengo el humo, pero se me escapan unos jirones… lo expulso con decisión, otro sorbo de café… me quedo exhausto en mi butaca orejera.

Una lágrima.

Soy casino, ya lo sé. Por eso estos días procuro no hablar con demasiada gente. Esto me… su médica está más preocupada por mí que por él. ¿Te has hecho a la idea?…

Una calada. El cigarrillo se acaba. Como la vida.

Lo apago suavemente. Como la vida se apaga en él…

Lo miras y… sabes, no puedes sentir todo el rechazo que te ha producido hasta hace poco. Es un pobre hombre, desvalido, que se hacía fuerte con las debilidades de los cercanos. Un hombre que hacía daño, y lo hace. Pero a él, también le han llegado las decepciones. Esos a los que premio con su admiración, le han dado de lado. A esas que premió con su tiempo, con su cariño, el que apenas dio a otros, le han dado de lado. No pueden dedicarle ni un par de horas a la semana, ni una llamada al día. Me da pena, no lo puedo remediar. Me da pena escucharlo decir: “Estamos solos”.

Él siente que se va. Él jugó a decir que le gustaría irse… ¡mentira! No quería… pero ahora sí se va. Y estos días que quedan, semanas, quizás algún mes… con al sentencia dictada, con todos esperando que suceda y a ser posible que no moleste mucho… Es curioso que yo sea al que más despreció… es curioso… Es curioso que a los que se dedicó con más ahínco, nada quieren saber. Mejor cualquier desconocido antes de que ellos tengan que pasar un par de horas con él.

El café se ha quedado frío, pero da igual. Lo apuro. Encendería otro cigarrillo, me pondría otro café, pero debo dormir. La vida es terrible estos días.

Quizás ahora, mientras apago las luces de la habitación, mientras las sombras se funden en negro esperando otro momento propicio para seguir con sus juegos… quizás… pueda entender por qué estoy aquí, por qué me empeño en intentar hacer lo que el quisiera, por qué no hago la vida más fácil para mí…

¿Me he hecho a la idea de que él se va?

Creo que no.

No me entiendo.

No entiendo lo que quiero ni lo que siento.

No entiendo lo que hago.

Una pregunta me persigue: ¿por qué?

No sé.

La mosca sigue jodiendo. ¡Jodida mosca!

Ahora viene mi frase. Una frase que ahora mismo, no siento ni practico.

Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

Deja un comentario

Archivado bajo mis cosas, sentimientos, tras la cortina de humo

Va sin enmienda.

Hubo una época en que casi todos los post de este blog, los escribía con un cigarrillo en la comisura de los labios, un café en la mesita de al lado, sentado en una butaca orejera, y con la señora del cuadro mirándome.

Pasa el tiempo, pasan las costumbres.

El café y el humo mecían mis pensamientos. La señora del cuadro, vigilaba. La noche y su silencio especial mee acompañaban.

Entonces las cosas eran distintas. Aunque ahora me pongo a pensar y no las veo tan distintas.

Sigue siendo de noche. Sábado noche. Cine. Hoy ha sido triste la película. Hoy ha sido triste por todo. He reconocido a alguien que no debía haber reconocido.  Era mejor así, pero por una vez mi memoria y mi poca capacidad de reconocer rostros se han puesto de acuerdo.

Antes había historias bonitas por aquí. Estaban los chicos de la gorra y sus amigos, sus historias bonitas, historias de amor, de garra, de superación. Eran monos, majos. al final todo ese mundo se esfumó. Magia. Está, ya no está. Está, ya no está. Ya no estuvieron nunca más.

Llevo tiempo pensando que las vidas imaginarias, los mundos irreales son mucho más bonitos que los terrenos.  Tenemos muchas veces un interés desmedido y contraproducente por conocer lo que hay detrás de las historias que leemos en un blog. Conocer al autor, saber el color de sus ojos. Oír su voz… la cadencia de su habla, la música de sus palabras. Incluso a veces queremos verle el culo. Otras veces te mandan el culo sin haberlo pedido, pero eso es otra historia.

Las historias que nos inventamos, las historias que vemos en la televisión, en el cine, que leemos en un blog, o en un Faceboook… con lo bien que nos sientan, con lo que las disfrutamos… ¿para qué queremos saber más del que lo escribe, del que lo interpreta? Es mejor que nos quedemos con lo bien que hace su papel Fulanito de tal, en lugar de querer saberlo todo, conocerlo… ¿Y si le huelen los pies? ¿Y si es un antipático? ¿Y si es un tocapelotas? ¿Y si no se ducha? O es un tacaño…

… o es mentira.

Ahora seguiría carteándome con los chicos de la gorra.  Escribiría sobre ellos, me inventaría historias para solucionar sus problemas. Me sentiría bien por ello, me sentiría útil. Abriría el correo y tendría una larga carta contándome sus cosas. Y ellos vendrían, vendrían los papis, vendría el juez, el fiscal, el cura, la amiga, los músicos.

Pero un viernes eran, y el sábado… se esfumaron al ritmo de un concierto.

Saber a veces es contraproducente. Está muy sobrevalorado.

Con la prima de riesgo pasa lo mismo. Si en realidad vamos a vivir igual en el 450 que en el 425. En realidad el titular va a ser que llega a los 500 a las 10,21 h. pero si baja 50 puntos a las 12, el titular seguirá siendo:  llegó a los 500 puntos. Pero escuchas música, no te enteras, eras muy feliz, y al cabo de unos días, la prima está en los 390.

La verdad… conocerla. ¿Existe la verdad? ¿Qué somos de verdad? Yo mismo, ¿existo? ¿a alguien le importa si existo? Qué soy ¿Mi verdad? ¿Tú verdad?

Nada.

A veces es mejor no saber. Es mejor disfrutar… porque hay que reconocer que algunos se inventan vidas muy entretenidas.

PD.En realidad, todo esto es una mentira también. Porque he dicho que es mejor no saber, pero… al final siempre querré saber. Porque a veces no vale con las historias leídas, con los personajes virtuales. A veces es preciso abrazar. Besar. Y esto me viene muy bien para acabar como corresponde en estas páginas:

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

Va sin corrección ni enmienda. Tal y como fue parido.

Deja un comentario

Archivado bajo ¿Sería posible?, Pensamientos

Preguntas. Motivos para compartir un café.

Hay preguntas que me sorprenden.

Motivos para compartir un café.

Yo no necesito ninguno. Solo querer charlar con alguien. Mirarle a los ojos. Reír juntos. Entornar los ojos azorado, cuando te dicen una cosa bonita. Intentar que él se sienta importante al sentirse escuchado.

Imaginemos una escena. Tú y yo, frente a frente. Dos tazas: cortado para mí, el tuyo… ¿Cómo te gusta? Dar vueltas al café. Relajarnos. Tú me cuentas, yo escucho. Yo te cuento, tú me miras.

¿Hace cuanto no pasas un rato agradable compartiendo un café con un amigo? ¿Con ese chico que te gusta?

Pues no sé a qué estás esperando.

No hace falta nada. Solo querer compartir un rato con alguien al que quieres de alguna forma. O al que quieres querer.

Y no te olvides, al llegar, o al despedirte, de dejarte besar y abrazar, porque todo será mucho más bonito.

2 comentarios

Archivado bajo ¿Sería posible?, café para dos

Vuelvo a tomar café con la señora del cuadro.

El otro día estaba con unos amigos. Hablando de esto, de lo otro, de este blog, del otro, de la vida, del sol… caí en la cuenta de que hacía tiempo que no tomaba café con mi amiga la del cuadro. He perdido sin quererlo, una de las esencias de este blog.

Hoy, es un buen momento para parar, y tomar un café. Encender un cigarrillo, y dejar que el humo ascienda hasta diluirse en la nada. Y perderse en esa misma nada.

También el otro día, buscando una música adecuada para acompañar nuestro deambular por una de esas carreteras estrechas que pululan nuestros campos, salió un disco al que nadie prestó atención. Una banda sonora. Y vino a mi cabeza, una canción que siempre me gustó. Y como no, la pongo en el reproductor, para acompañar este regreso a las esencias, a los orígenes.

Una gotina de leche. Una poca más. Así. El color del café es el que me gusta.

Mi sillón orejero.

Un puff, y mis piernas cruzadas sobre él.

Un cenicero en el reposabrazos. Un cigarrillo en la comisura de mis labios, caído hacia la izquierda, o la derecha, dependiendo del punto de vista. Un chasquido del mechero… y la primera bocanada de humo hacia la nada.

Y la señora del cuadro, mirándome. Impertérrita, como siempre.

Mi cabeza no se centra hoy. Divaga, como el tiempo en primavera. La lluvia cae fuera, acompañada de truenos y relámpagos. La radio aburre con partidos de fútbol repetidos. Mis ojos se entornan buscando un motivo para sonreír de verdad. Un algo de esperanza, o de ilusión. Un beso, o un abrazo. Una idea a la que asirse, para divagar con tino y no parecer un alma en pena. Un paisaje relajante, algo que traer a mi cabeza. Pero nada. Nada.

Doy vueltas al café. Un sorbo. Una mirada a la señora del cuadro. Otro sorbo. Una calada. Esa columna de humo que va buscando a la otra, y que esperaré emboscada a la que siga. Unos golpes en el techo, alguien que hace pequeñas chapuzas en su casa, o grandes.

Eso es quizás lo que deba hacer. Chapuzas en mi casa. No en una casa con paredes, y techo, y camas, y cuadros de señoras que me miran mientras tomo café. Chapuzas en mi casa íntima, en mi cuerpo, en mi mente. Coger un martillo, una paleta, y tirar y volver a levantar muros. Alisarlos con cemento, y luego pintarlos en un tono bello, hermoso, alegre, dicharachero, con vida, con alma. Alejarse unos metros, y verlo en la distancia. Y poder decir: ¡Joder, tío, que bien te ha quedado! Y sonreír, y salir al balcón y gritar: ¡EHHHHHHHHHH, enteraros, hay vida nueva en esta casa! Dejar que las palabras mal-lanzadas pasen sin hacer mella. Dejar que los sentimientos de abatimiento se pierdan en las cloacas de la indiferencia. Olvidar que alguna vez necesité que me amaran, una vez que compruebo que nadie me amará, y dejar de esperar, de mirar, apagar los teléfonos… ¿Para qué? Eso mata, esperar un algo, un alguien que nunca llegará. Soñar con vidas alternativas, vidas que se quedarán en la imaginación, o como mucho, en algún papel medio emborronado y mal escrito, que publicaré en un blog de mierda.

Un sorbo.

Otra calada.

Eso quizás sea lo mejor: derrumbar los muros de las ensoñaciones, de la imaginación, y pisar tierra firme. Dejar de buscar algo en sitios más o menos distantes, y conformarse con lo que toca, aquí, cerca, donde toca, en el salón, con la señora del cuadro. Quizás deba dejar que vuelen los chicos de la gorra, o Germán, o Andrés, o Joan, o Ricardo, o cualesquiera de mis personajes… que vuelen al son del humo de mi cigarrillo y se pierdan en la nada…

Un trueno rompe el silencio. Hace tiempo que la canción dejó de sonar, pero no me apetece que vuelva a soñar.

El niño de la película se reinventa. Sobrevive, cambia. Se adapta. Pero yo no tengo el impulso necesario para ello.

Apago el cigarrillo.

Cierro los ojos.

E intento perderme en la nada. Miento… ya estoy en la nada.

Al menos he vuelto al origen de este blog. A tomar café. Hoy, con la señora del cuadro. Mañana quizás lo tome contigo.

——

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

2 comentarios

Archivado bajo café para dos, música, mis cosas, tras la cortina de humo

Viento, lluvia, y una botella de vino.

Escucho el ulular del viento, y la lluvia chocando contra los cristales. Es bonito sentir las inclemencias del tiempo, mientras estás seguro y caliente dentro de tu casa. Si es posible al calor de un edredón, y con unos brazos que rodean tu cuerpo.

Juan tiene la cabeza apoyada en mi pecho. Duerme. Su respirar pesado de estar en un sueño profundo, compite con el viento y la lluvia. Le acaricio el pelo suavemente. Parece que le gusta, hasta yo diría que ronronea.

Intento cerrar los ojos y soñar, pero después de unos minutos de pensar, los vuelvo a abrir: mi sueño, el mejor sueño hasta el día de hoy, duerme encima de mi pecho. Quisiera cambiar de posición, pero no quiero correr ningún riesgo, y que la magia se rompa.

Quiero mirarlo, sentirlo, no quiero perderme ni cinco minutos de él… qué digo cinco minutos, no quiero perderme ni un solo instante. Tanto tiempo para que él esté aquí, conmigo, ya no hay más tiempo que perder.

Ahora sí, cierro los ojos para rememorar estos días que hemos pasado juntos los dos. Juntos y solos, apartados del ruido de las personas que pueden condicionar de alguna forma nuestra existencia. Quiero volver a sentir ese beso cuando entramos en este caserón antiguo, que heredé de mis abuelos. La casa estaba helada y corrimos hacia la habitación principal. Parecíamos niños. Corríamos, saltábamos, jugábamos a perseguirnos, y el premio para el ganador era un beso. Otro beso.

Encendimos la chimenea. Y la gloria. La casa se fue templando.

Nos tumbamos sobre una manta, cerca de la chimenea. Abrimos una botella de vino. Nos quedamos mirando un buen rato los dos, los juegos de colores que veíamos mirando el fuego crepitar a través de la copa de vino. Aunque luego, enseguida cambiamos la copa de cristal, por la copa de nuestros cuerpos. «Buena cosecha» me decía Juan, mientras recogía con su lengua la última gota de vino sobre mi pecho. «Mejor la tuya» decía yo, recogiendo la última gota de vino que quedaba en su ombligo.

Juan se mueve en sueños. Se da la vuelta y se lleva las mantas con él. Me enseña su espalda y puedo vislumbrar ese punto en el que la espalda se pierde en esas curvas deliciosas y excitantes. No puedo evitarlo y estiro mi mano, y la paseo suavemente, apenas rozando, por el camino de su columna. Y me sonrío recordando las veces que recorrí en estos días ese mismo camino, con más decisión que ahora, y los estremecimientos de placer que le producían y que  no podía controlar.

Siento frío, pero no quiero luchar con él por las mantas y el edredón. Quizás si me pego a él, y le abrazo por la espalda, pueda darme el calor que necesito. Y quizás este beso que le doy ahora en su cuello, sea todo lo que necesito para volver a coger el sueño, sin perder ni un ápice de estos breves momentos que nos quedan, antes de que amanezca, y volvamos a luchar contra todas esas gentes que nos condicionarán con sus opiniones, con sus gestos, con sus sentencias. Luchar contra todo lo que nos resta minutos de estar juntos, de sentirnos uno, siendo dos.

Cierro los ojos, ahora sí, porque al menos esta noche, volveré a dormir como hacía años que no dormía. Y mañana, quizás, si cierro los ojos muy fuerte, muy fuerte, pueda conseguir sentir que mañana vuelve a ser ayer, y que él está a mi lado, y el viento y la lluvia, están fuera de nuestras vidas.

_____

déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

 

2 comentarios

Archivado bajo relato, sentimientos

Unas piernas cruzadas sobre un puff, o ¡Malditos los días en que todo se tuerce!

No veía el momento de llegar a casa. De sentarme en mi sillón orejero, encender un cigarrillo, y darle vueltas a mi café. Cortado. Con leche fría.

No veía el momento en poner mis piernas sobre el puff, la izquierda cruzada sobre la derecha, o viceversa, y cinco minutos de un lado, y otros cinco de otro, y vuelta a empezar.

Tenía ganas de perder mi vista en mi amiga la gaitera.

Fin de semana largo.

Todos los Santos.

El 2 de noviembre, día de los fieles difuntos.

Mi amiga la gaitera… 2 de noviembre, su santo. Es fiel difunta. Es a lo único que posiblemente le seamos fieles todos: a la defunción.

Tenía ganas de poner el portátil en mis piernas, cruzadas la derecha sobre la izquierda, y apoyadas ambas en el puff, con un cigarrillo en una mano, las volutas de humo saliendo entre mis labios, y mi taza de café. Cortado con una poca de leche.

Y escribir.

Apago el cigarrillo.

Un sorbo de café.

Una mirada a la gaitera.

Ni una línea emborrona la pantalla del portátil. Ni siquiera una mísera palabra.

¿Cómo explicar la frustración? ¿La ira que sale imparable de lo más profundo de nuestro espíritu? ¿De mí espíritu? ¿Cómo describir la desesperanza de poder un día dominar las situaciones, de tener fuerzas para luchar, cual Quijote, contra los molinos de viento? Sobre todo si algunos de esos molinos los tienes dentro de ti… de mí.

¿Cómo describir, sin ser aburrido, la desesperanza de que hasta el más pequeño detalle salga mal? Y la imposibilidad de romper la tendencia. Actitud, dicen muchos, incluido yo. La actitud es capaz de mover montañas. De cambiar el negro por el blanco. ¿Será cierto? ¿Será?

Yo este fin de semana lo intenté. Pero todo se confabuló. Hasta hace apenas media hora, en que cumpliendo mis anhelos de sentarme en esta butaca orejera, abrí la puerta, y recibí el indiferente y jodido saludo “del hombre pegado a la queja”.

Justo antes, Dos horas de atasco.

Dos horas para 5 km.

Bonito final. Aunque bien mirado, era el único final posible, para la “función” del fin de semana de los Todos los Santos, año del Señor, 2010.

Si quisiera escribir una novela sobre este fin de semana, podría titularla: “Un gilipollas y dos amigos, en busca de una varita mágica”. Ó “… en busca de un rayo de sol”. Ó “Tratado de las pequeñas cosas que pueden salir mal, y salen mal”.

Os he mentido. Sí he emborronado el papel en blanco del OpenOffice. Solo era un recurso literario.

Apartaré ahora, si me permitís, el portátil y lo dejaré sobre la mesa. Encenderé otro cigarrillo, después de ponerme otro café, cortado un una gota de leche, y descafeinado, por la hora, e intentaré cerrar los ojos, y perderme en el mundo de los sueños. Mientras mi gaitera preferida, me mira desde el cuadro, y vigila mis sueños. En la noche de los Fieles Difuntos.

 

Antes de todo esto, os recuerdo:

“Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito”.

 

PD: Yo este fin de semana, ni besos, ni abrazos. ¿Para qué forzarlos ni malgastarlos? En casa del herrero… en casa del Predicador…

 

Deja un comentario

Archivado bajo café para dos, mis cosas, sentimientos, tras la cortina de humo

El mar de fondo.

El mar al fondo.

Mis piernas sobre la mesa.

Gafas de sol.

Un café con hielo.

Una pajita.

Un cigarrillo.

El humo perdiéndose entre las palmeras.

Vacaciones.

Descanso.

Me es muy difícil centrar lo que en mi mente bulle. Me es muy difícil poner en palabras lo que pasa por la cabeza, o lo que siento con cada línea de meditación. Estoy lejos de casa, lejos del trabajo y de la familia.

Sin novio.

Desde que salí de mi rutina, no puedo dejar de pensar en que estoy cansado de tener que hacer todo solo. Estoy cansado de tirar de carros, de carretas, de que la oscuridad me embargue a plena luz del día. De que el cansancio aplane mi entendimiento, mi empuje. estoy cansado de que cuando necesito a alguien nunca le tengo, de estar disponible para todo el mundo, de suplicar un poco de cariño, de venderme por una charla, de empatizar, sin ser objeto de empatía, de gilipollas que se hacen las víctimas y los interesantes, de los halagos sin causa. Y de los silencios cuando los halagos si tendrían un hueco.

Estoy cansado de que me cuenten lo que interesa, ocultando partes importantes. Y luego me piden opinión. Y yo, bobo, opino. Y luego me entero de los detalles ocultos, porque se lo han contado hasta al que pasaba vendiendo perritos calientes con un carrito.  Y yo hago con la cabeza arriba y abajo, lentamente, intentando ocultar la cara de gilipollas, y el cabreo que pugna por salir por mi boca, en forma de exabruptos, rayos y centellas.

Estoy cansado de ser un bicho raro, estoy cansado de ponerme triste cuando veo a alguien triste.

Estoy cansado de pensar en la gente… de tenerles presentes a la hora de organizarme, aunque sea para llamarles por teléfono.

Estoy cansado de la gente que estropea cualquier relación en la que se ve involucrado. En la gente que se cree que la mala educación, la chulería y la altanería, se le debe llamar sinceridad. Estoy cansado de los que piden empatía para ellos, y no saben lo que significa para los demás.

Estoy cansado de causar vergüenza a la gente con la que voy. ¿Por ser gay? ¿Por ser mayor? ¿Por ser imbécil?

Estoy cansado de tirar del carro (reitero).

Estoy cansado de mí.

Me abruman esos momentos en los que no puedo evitar pensar que los viajes se acaban, las vacaciones también.

Cada vez estoy más convencido de que mi futuro es el de anacoreta. Me gustaría tener narices para romper con todo, y perderme en algún sitio recóndito. Donde no conozca a nadie. Dónde no lo vaya a hacer. Y en donde no necesite un poco de cariño, por el que venda mi alma por un abrazo y un beso dados con distancia, y sin entrega. Me parece estar besando a un palo de escoba.

Se me ha acabado el café. Estoy cansado para levantarme a por otro.

Me enciendo un cigarrillo. Veo las volutas de humo mecidas por la brisa.

Al fondo, el mar.

Cierro los ojos.

2 comentarios

Archivado bajo café para dos, mis cosas

«¡Culpable!» dijo la señora del cuadro.

Hacía tiempo que no tomaba un café. Hacía tiempo que no me sentaba en mi butaca orejera, con mi café humeante recién hecho, con su gotita de leche, y con mi cortina de humo alrededor.

Y la señora del cuadro mirando.

Cae la última gota de café. Retiro la taza. Abro el azucarero: dos terroncitos.

La butaca me espera.

Me siento.

Pongo los pies sobre mi puff preferido.

Doy vueltas al café.

Un sorbo.

Perfecto.

Apoyo la taza en la mesita. Un cigarrillo. Mechero. La primera calada… el humo sube…

No puedo dejar de pensar estos días en un amigo. Llamémosle Gonzalo. Es bonito nombre Gonzalo.

Le conocí a través de los blogs. Un chico más joven que yo, un alma sensible en búsqueda permanente de sí mismo, en permanente conflicto. Un chico que dejaba un pasado con una novia de esas que se dice “de toda la vida”. Un chico que después de ocultarse a sí mismo su gusto “raro” por los de su mismo sexo, un día, algo se rompe en su cabeza. Psiquiatras, psicólogos. “Ansiedad”, diagnostican. No saben por qué: “La presión de los estudios”, dirían, seguro. Él sí sabe por qué: “Él niño gordito pequeñito” oculto dentro de él, luchando contra el “Goliat de chico perfecto y gracioso” que se inventó con 12 años, para ser guay y gustar.

Gustar.

Gustar.

Los raros siempre quieren gustar. O queremos gustar. Me incluyo.

Yo aparezco a los dos o tres meses de empezar su ansiedad.

Otra calada. El cigarro se acaba.

Otro sorbo de café. En su temperatura perfecta.

Supera aquello. Gonzalo sale adelante. Debe reunirse consigo mismo en una cala del sur de España, sin más testigos que el mar, y los pájaros volando sobre él. Llega a un entente.

Vuelve a su ciudad. Deja a su novia “de toda la vida”.

Confía en un grupo pequeño de amigos.

Luego su hermana.

Empieza a buscar alguien a quien darle su amor.

Busca, y no encuentra. A quien gusta, él no hace caso. Al que le gusta, pasa.

Parece que siempre busca imposibles. Siempre busca quien sabe que le va a decir que no.

Alguna relación comienza. Pero… al final corta.

Miedos.

No sabe gustar a los hombres, piensa.

No se gusta a si mismo, pienso.

Acaba sus estudios.

Se va a aprender inglés.

9 meses.

Vida desordenada, noches interminables, trabajo basura.

Uno, otro, uno, otro…

Vuelve.

Inglés, me imagino que bien, gracias.

¿Chicos? Igual.

Enciendo otro cigarrillo.

Sigo las volutas mientras se pierden  por encima de mí.

Pocos saben en su familia de mi existencia. Su hermana, su cuñado, algunos amigos.

Gonzalo ha perdido algún tren al irse a aprender ingles esos meses.

Está la cosa difícil.

No encuentra trabajo.

Su familia empieza a ponerse nerviosa.

Y creo llegado el momento de buscar culpables.

Y siento que el culpable soy yo.

Hemos perdido casi el contacto.

Una frase dicha en pleno delirio de sueños en voz alta: “Así a lo mejor sí te querrían conocer”. Ahí se me abrió la espita. Ahí me di cuenta.

Y todo esto viene de antes de irse a “aprender inglés”. Y eso que le recomendé que no era el momento. El único de todos sus amigos que se opuso.

Acabo el café.

Me ha sabido a poco. Aunque estos últimos sorbos, ya se había quedado frío.

Un último cigarrillo. El de después.

Necesitamos culpables a veces. Necesitamos creer que una persona querida, se equivoca por el influjo de alguien extraño. Por su mala influencia.

Yo soy la mala influencia.

Quién te lo iba a decir, alquimista.

Y o mucho me equivoco, o le perderé.

Y me jode.

Es grande Gonzalo.

Y en poco tiempo, se convirtió en mi báculo.

La señora del cuadro me mira. Y también me dice: “culpable”.

Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

Deja un comentario

Archivado bajo café para dos, mis cosas

Sus ojos. Me miran.

Me está mirando la señora del cuadro. La gaitera.

Me mira y parece que me da el pésame.

Yo la miro a través de la columna de humo que sale de mi cigarrillo.

Pero no me protege. Hoy la cortina de humo no puede con esa mirada. Jodida gaitera…

Me levanto. Voy a por otro café. Con su gotita de leche. Pongo la cafetera. Echo el café en el porta, y lo aprieto bien.

Empieza a salir el café. Humeante. Con su crema.

Una gotita de leche.

Vuelvo a mi sillón orejero.

Un par de terrones. Unas vueltas. Un sorbo.

Dejo que penetre el sabor del café en mis papilas gustativas.

Echo la mirada atrás. Pienso en todos los errores del pasado. Esos errores que ya no se pueden corregir.  Pienso en los errores que cometo todos los días.

Pienso en las personas que pasaron por mi vida, y que ya no están. Pienso en los que están… pero ya sé con certeza que dejarán de estar.

Son complicadas las relaciones humanas. Mirando atrás, con los ojos de la gaitera mirándome fijamente, no me atrevo a mentirme. Me equivoco.

Podría buscar excusas. Para éste, para aquél. Pero la gaitera no me deja. Me equivoco. No consigo que las relaciones de amistad crezcan. Algo hago mal. Algo hace que sea “atractivo” en un primer momento, pero no en algo duradero.

Creo que el problema es… vaciarme. Es… no fingir. Es… decir lo que pienso. No medir mis palabras. No disimular esa capacidad que parece que tengo a veces en ponerme en la situación del que está al otro lado de la mesa, y decir lo que veo. No gusta. Queremos que nos comprendan. Que los que están al lado nuestro empalicen. Pero en realidad, si lo hacen, nos sentimos más que desnudos. No sentimos vendidos. Y echamos a correr.

Necesito a veces que me digan cosas. Necesito a veces que me propongan locuras. Si digo que me apetece mandar todo a la mierda, el trabajo, largarme de mi ciudad, quizás busco que me digan “Vete” “Déjalo todo”. No lo voy a hacer. Pero me gusta sentir que si lo hago, mi amigo va a estar conmigo. Pero no. Busco un poco de empuje. Y encuentro racionalidad, dónde hacía unos meses había empuje. Un poco de locura, dónde hace unas semanas había locura.

No es buena época. De hecho desde que murió mi madre, hace ya casi tres años, todo se ha estropeado progresivamente. No encuentro el equilibrio. Por unas cosas, o por otras. Solo encuentro ataques de ansiedad, cada vez mayores. Una temporada me molesta el estómago. Otra temporada, la rodilla. Mañana volveré a tener un zumbido en el oído. Me preguntaban el otro día qué tal el 2009. Mal. Mal. No se ha muerto nadie. No tengo ninguna enfermedad grave. Pero, las cosas no van bien. Mi cabeza no está bien. Mi espíritu tampoco.

Quizás una revolución, quizás un renacer. Quizás lo que toca es una catarsis absoluta y radical.

No consigo penetrar las barreras de algunas personas que me gustaría. No consigo mantener las relaciones que me gustaría. No valgo para llevar siempre la iniciativa. Y si he dejado de llevarla, al final, me he dado cuenta que no existía nada.

Me miro al espejo y no sé dilucidar exactamente las causas. Parece que creo un aura a mi alrededor que me proteja a veces de problemas con personas conflictivas, pero hace también que otras personas que me interesan, tampoco la atraviesen.

Me levanto de la butaca. El café se acabó.

Miro a la gaitera.

Abro el armario y saco una sábana vieja. Y la tapo.

Sé que me mira. Lo siento. Me mira con lástima. Pero al menos no veré sus ojos.

Quizás deba pasar una temporada alejado de todo el mundo. Creo que estoy más tranquilo que intentando luchar contra molinos de viento.

Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

1 comentario

Archivado bajo mis cosas

… y olwen me dio un premio…

Fue toda una sorpresa. No me lo esperaba.

olwen para cafe para dos

Este es un blog pequeño, un blog en el que escribo muy espaciado en el tiempo. Es un blog que no tiene apenas lectores. Es un blog donde escribo historias, y a veces algunos pensamientos desordenados, siempre con una taza de café humeante en la mano, y un cigarrillo, también humeante en la otra. Siempre pongo dos tazas: una para mí, y otra para el lector que en cada momento esté leyendo.

Y yo creía que apenas tenían interés las historias de café para dos.

Olwen piensa distinto. Y me ha dado un premio.

Yo lo recojo con gratitud y emoción. Espero que los nervios no hagan que me tropiece y me caiga en medio del escenario.

Parece ser que debo dar también unos premios.

Se lo daría a Olwen, aunque suene a conchaveo. Se lo daría por esas ganas de vivir, esa paz que casi siempre desprenden sus palabras.

Se lo daría a Adrián. Se fue. Pero es de esas personas que siempre están ahí, es una de esas personas que marcan a la gente que le conoció, y a la que no tuvimos ese placer. Me abrió la puerta a un mundo completamente desconocido. Un mundo que creía que no existía en el siglo XXI.

Se lo daría a chiquitín. Por esas historias que marcaron su vida, por tener valentía y salir adelante. Y por saber romper con todo, para intentar buscarse a sí mismo. Por ser tan bueno en lo suyo. Por ser un maestro.

Se lo daría, como no a Marc. Es uno de mis personajes. Para mí es como si fuera real. Como si mañana le fuera a ver y me dejara, mientras le doy el abrazo de saludo, y los cien besos de la abuela que le tocan, me dejara bromear con él y quitarle la gorra. He llorado con él, he pasado noches sin apenas dormir, por él, y ahora me tiene un poco preocupado por esa cabezonería de la que a veces hace gala. Tendré que aporrear el teclado para darle una colleja. Pero me ha enseñado tantas cosas, tantas…

Se lo daría a Iñaki. Iñaki el fuerte. Es otro de mis personajes preferidos. Cuando escribo sobre él, hay muchas cosas en su personaje que pongo de mí mismo. Por eso a veces le entiendo tan bien. Es orgulloso, como yo, es entregado, como creo que soy capaz de ser yo. Ama como pocos son capaces de hacerlo… yo creo que no podría llegar a ese extremo. Calla las cosas que le atormentan, para no preocupar a nadie. Pero como todos, estalla. Y cuando se estalla así, a veces no se elige el momento. Como yo. Me tiene preocupado también este personaje. No sé que hacer con él, no sé si abrazarle, si invitarle a un café, darle doscientos besos de abuela, colgarme de su cuello, o darle una patada.

Se lo daría también a Valle. Que difícil es encontrar amigos así. Que sean capaces de hacer el ridículo, solo para que sus amigos se arreglen. Iñaki y Marc, no saben lo que tienen… aunque a veces no acierte.

Se lo daría a canalla. Es impresionante los kilos de ternura que se disfrazan en su escritura dura, brusca. Una escritura que traspasa. Que no deja indiferente.  Sin él, a parte, no existiría café para dos. Me engañó como a un bobo. como diría aquél, a cada uno lo engañan como lo que es. Lo bonito que tiene este premio es que no se va a enterar nunca de que se lo doy.

Y se lo daría a Mafer. Mafer, está muy lejos. Con océanos de por medio. Me ha acompañado en momentos duros. Me ha querido, sin merecerlo. Y me ha enseñado muchas muchas cosas. Cuando pienso en alguno de los problemas de Marc, pienso en como los solucionó Mafer. Mafer también me ha enseñado muchas cosas. me ha enseñado como se superan dificultades que, si no nos tocan cerca, pensamos que son ficción.

Se lo daría a Néstor. También he llorado con él. También me ha dejado alguna noche sin dormir. Pero quizás, esa forma de amar que tiene, me llama la atención… me subyuga… me da envidia.

Se lo daría a Alex. El papo. No creía que había gente así. Y no creas que, a veces lo pongo en duda, y pienso que es un sueño, o que es un personaje de un libro que me estoy imaginando para escribirlo algún día. No podía imaginar antes de saber de él, que, hay gente buena, que hay gente que abraza a quien lo necesita, que acoge en su familia, en su seno a quien cree que se lo merece. Da igual los problemas que traiga. Da igual el dinero. Y todo con abrazos, con cariño, con entrega…

Todos estos premiados tiene algo en común. Son gentes fuertes, son personas que se entregan a la gente que quieren. Que superan dificultades. Que son valientes. Todas estas cualidades, las admiro. Quizás, porque yo no las tengo.

No voy a cumplir con la condición de ir a sus blogs y avisarles. Me daría vergüenza.

Olwen, Chiquitín, Iñaki, Marc, Valle, canalla, mafer, néstor, alex. No os olvidéis que, si os dejais besar y abrazar, todo será, mucho, mucho más bonito.

3 comentarios

Archivado bajo café para dos, mis cosas, tras la cortina de humo