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Historias y nervios.

Ayer por la noche, me senté a escribir. Era ya tarde.

Abrí la ventana.

Todo estaba en silencio, salvo cuando pasaba un coche por la calle. Era un ambiente estupendo para escribir, para relajarse.

Esta mañana me levantado alterado. No había causa, o quizás sí, no lo sé. He estado toda la mañana así. Como si me fuera a presentar a un examen. Nervioso, alterado. Nada conseguía relajarme.

Y no ha pasado nada. No ha sido una premonición de un hecho estupendo que me hubiera cambiado la vida, ni me ha tocado la primitiva, ni me han anunciado la publicación de un libro firmado por mí. Ni me ha escrito mi admirador secreto. ¿Tendré un admirador secreto? ¡Bah!, no creo.

A veces me imagino que alguien le ama en silencio. Y un día se decide, y se declara. Historia de comedia romántica. Son bonitas las comedias románticas. Algunos dicen que a veces pasan en la realidad. Quizás sean los que escriben esas historias.

Lástima que últimamente tenga como una cuerda que ata mis manos cuando pienso en cosas para escribir. Ayer, escribiendo ese post para otro sitio, se me han ocurrido como 4 historias para escribir. Es igual de malo tener muchas, o no tener ninguna. Los chicos de la gorra se me aparecen mucho últimamente. Creo que deberé dar salida a esa historia, para exorcizarla. Lo malo es que será larga.

Puede que una noche de estas, con la ventana abierta, con el sonido quedo que llega de la calle, apague todo contacto del ordenador con el exterior, y me ponga a ello.

Debo pensar también si volver a abrir ese blog que me han vuelto a cerrar. Por un lado, no me apetece volver a empezar. Ni siquiera retomar el tema en esa copia de seguridad que tengo por ahí, eso sí, sin los últimos meses. Pero es que por otro lado, me fastidia que a las bravas, vuelvan a cerrar el blog. Lo malo es que, si no he tenido nunca mucho espíritu de lucha, ahora lo tengo desaparecido.

Y después de estos pensamientos dispersos y sin mucho sentido, y esperando que mi ensoñado admirador secreto se decida a escribirme o llamarme o lo que sea, solo queda deciros que:

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

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Historias que bullen en mi cabeza.

Creo que lo he escrito ya en algún sitio. O a lo mejor, lo he soñado. Sueño mucho con escribir cosas. Voy por la calle imaginando post, relatos, novelas. Mi cabeza es un hervidero.

Luego no las escribo la mayoría. No tengo tiempo, o me da miedo escribirlas. Me da miedo que quede demostrado que ni sueño de publicar un día una novela, mi sueño de ganar premios de relatos, se veía truncado. Mientras no compruebe que no gano, el sueño podrá seguir ahí.

Por otro lado, creo que si no escribo todas esas historias que tengo en la cabeza, ésta me va a estallar un día. Y mi vida se refugiará cada vez más en ese mundo imaginario, dejando el mundo real en segundo plano.

Y también, debo acabar lo que he empezado.

Haciendo la página del relato, agrupando todos los capítulos que he colgado en este blog de “La historia” de Café para Dos, no he podido evitar sonreírme con tristeza del prólogo:

Un día, hace ya mucho tiempo, nació una historia. Cuando escribí el 1º capítulo, no tenía claro nada más que, lo que estaba escribiendo en ese capítulo. Luego, la historia fue creciendo. Con espacios temporales muy grandes a veces entre capítulos. El último de esos espacios temporales de separación, lo cerramos hoy.

Esto lo colgué tal que el 31 de mayo de 2009. Casi hace 10 meses.

Colgué 5 capítulos. El último el 12 de Agosto. 6 meses largos.

Esta historia hay que acabarla. Aunque no la lea nadie.

Un día, el 28 de noviembre de 2008, nació “Los chicos de la gorra”. Una serie de relatos protagonizados por dos chicos que se amaban, pero que no lo habían tenido fácil. Una historia basada en hechos que me contaban al oído sus protagonistas. Parece que me quedé sordo, y ya no pude escuchar más historias de esos chicos. Pero creo que aún así, esos chicos merecen un desarrollo, y un final a la historia.

La historia de esos chicos, Marc e Iñaki, merecerán posiblemente un intento de novela. Pero eso será, otra historia.

Retomaré pues, “La historia” de Café para Dos.

Retomaré pues,  la historia de “Los chicos de la gorra”.

Y las acabaré. Es lo justo. Es lo que toca.

Y quizás así, se aplaque un poco mi mundo imaginario.

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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Hacía frío…

Era noche cerrada. La calle estaba vacía.

Esperaba bajo una de las farolas de la calle. Justamente la que estaba al lado de la tienda de ultramarinos.

Hacía frío.

El hombre se subió los cuellos del abrigo. No llevaba bufanda, y seguro se estaba arrepintiendo. Metió sus manos en los bolsillos. Sacó el paquete de tabaco y eligió cuidadosamente uno de los cigarrillos. Parecía que había echado a suertes el cigarrillo que ha escogido. Lo encendió con su Zippo. Aspiró esa primera calada, como si fuera posible que esa calada le calentara el cuerpo. O al menos el espíritu.

Hacía frío. Mucho frío.

Empezó a andar con pasos muy cortos. Necesitaba mover las piernas. Los pies, empezaban a congelarse.

Miró una vez más a la casa. No había cambios. Ninguna luz, ningún signo de vida.

Dio la espalda a la casa a la vez que la última calada al cigarrillo. Tiró al suelo la colilla, y la pisó para apagarla.

Levantó la mirada al cielo en una silenciosa súplica. Implorando una respuesta a sus dudas, a sus preguntas. Un gesto. Algo que le permitiera pensar que no se había esfumado repentinamente por lo que había llorado tantas y tantas noches.

Hacía frío. Mucho frío.

Sin percatarse de ello, se había echado la niebla.

Escuchó un ruido. Una puerta cerrándose. Giró su cabeza rápidamente, y les vio. Dos chicos bajaban  las escaleras. Llevaban la cabeza tapada con gorras. Eran ellos.

Ni siquiera se dieron cuenta de que el hombre estaba en la acera de enfrente. Giraron a la izquierda, y se fueron en dirección contraria.

El hombre intentó seguirles, pero algo impedían a sus piernas empezar a andar. Intentó gritarles, llamar su atención, pero no podía. Le recordaba una película de Buñuel, “El Ángel Exterminador”. En ella, los invitados a una cena, no pueden abandonar la casa del anfitrión, sin que hubiera un impedimento físico. En este caso, el hombre de los cuellos subidos, no podía correr detrás de los chicos de la gorra. No podía llamar su atención. Algo se lo impedía. Como si estos, no le fueran a escuchar. O como de llamarles, se esfumaran en la noche. Se convirtieran en volutas de niebla.

Allí se quedó el hombre. Mientras ellos se alejaban. Intentó fijarse si se cogían de la mano, si sonreían. Pero nada pudo percibir. El hombre lloraba de desesperación. Una parte de su corazón se iba con los chicos de la gorra. Las lágrimas, la preocupación, todo lo vivido, lo sufrido, lo imaginado, lo sentido, se iban con ellos.

Ya no les veía. Se habían perdido. Los chicos de la gorra se habían perdido calle abajo,  en la noche, en la niebla. Ya no era capaz ni de imaginarles.

Hacía frío. Mucho frío. Hasta las lágrimas que sin poder evitarlo habían caído por su rostro, eran frías, casi eran hielo.

El hombre giró y se fue calle arriba. Metió sus manos en los bolsillos, y subió los hombros para intentar tener más calor. Estaba helado. Iba preguntándose si algo había merecido la pena. No encontraba una respuesta.

Hacía frío. Había niebla. Era de noche. Nadie había por la calle. Solo el hombre de los cuellos subidos.

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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… le quiero… pero… todo salió al revés…

Estoy furioso.

Y no sé muy bien por qué. O sí lo sé…

Acabo de volver del viaje. Nada ha salido bien.

Creía que iba a ser agradable. Bonito. Espectacular. Que iba a disfrutar de él hasta hartarme.

Y no hemos parado de discutir.

Estoy… estoy furioso. Sí… quería encontrar otra palabra… pero no la he encontrado. No puedo evitarlo. Todo me sienta mal…  a todo le doy mil vueltas… todo lo entiendo por el peor lado posible…

… pero es que no puedo evitarlo. Dudo… le quiero… pero desde hace unos días, creo que él no me quiere a mí. No duermo bien pensándolo. Necesito un poco de cariño, necesito no llevar la iniciativa, necesito ser por una vez el débil, y recibir el apoyo de todos.

Necesito que me digan que me quiere… pero de verdad. Necesito que me explique por qué hace las cosas, y no tener que interpretar. Necesito que confíe en mí, que se vacíe, que me explique, que me cuente, que llore en mi hombro… todo antes de tener que imaginarme lo que pasa, lo que pasó… lo que siente, lo que sintió… lo que quiere… lo que no quiere…

Si todo es difícil… pero lo hacemos más difícil… yo necesito saber el suelo que piso… aunque sea por una vez… estoy cansado ya de estar siempre en la duda… en hacer las cosas sin saber si acierto, o yerro…  es la eterna duda… es como luchar con molinos de viento…

Y yo le quiero tanto… le amo tanto… es que me duele de todo lo que siento por él… pero temo no estar a la altura, temo no interpretar bien sus gestos, sus miradas… temo su respuesta… no me quiere dar una respuesta… ¿No me querrá? ¿Dudará?

Y a nadie puedo contarle esto. Y me corroe. Y… todo me sabe mal, todo me sienta mal… estoy de mal humor… y no sé por qué… no sé controlarlo… no puedo… no sé…

Me senté en el avión… y ahí solo, rodeado de gente, con una señora gorda y tonta a mi lado… lloré… y lloré… y me desesperé… por no poder hacer las cosas como hubiera querido…

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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Una canción… «So far Away»

Valle, en un comentario del post anterior, propone como banda sonora esta canción:

So Far Away

So Far Away – Staind

Gracias Valle.

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Un regalo de cumpleaños…

Había sido un día duro de trabajo. Le habían ascendido hacía unas semanas, y aunque no había sido todo lo complicado que en un principio pensó, la verdad es que le hacía sentirse cansado al final del día. Y es que además, ahora debía hablar más, y hacerse entender, y lo del idioma no lo llevaba nada bien. Todavía no le salía con naturalidad.

 Miraba su calle. No era muy amplia, ni la más concurrida, ni la más bonita, pero estaba bien. Tenía un parque en un costado. Era céntrica. Y tenía árboles en las aceras. Las casas eran bonitas, eran casas con muchos años, pero bien conservadas y reformadas. Estaba contento con el barrio.

 Miraba la gente que pasaba. La señora del edificio de enfrente, la del 4º. No, no lo sabía porque él estuviera chismorreando de los vecinos, más bien al revés. Un día que él estaba con su novio, besándose al lado de la ventana abierta, en verano, miró de reojo al edificio de enfrente, y allí la vio, inclinada en su ventana para tener todavía mejores vistas. Se acordó de ese momento, y no pudo evitar sonreír. Se lo dijo a su chico y la miraron directamente… jijijiji… y la saludaron con las manos, mientras sonreían con una intensidad que, ni en los anuncios de pasta de esa que blanquea los dientes…  y a la señora la dejó tan pasmada, que se le cayeron las gafas a la  terraza del piso de abajo… jijijiji. Y a la mañana siguiente, casualmente se la encontraron en la calle, y la saludaron como si fuera una amiga de la familia de toda la vida. Jijijiji. Pero era una mujer muy salada… al cabo de unos días, les invitó a tomar café con pastas en su casa. Y fueron. Va, y se lo pasaron bien. La pobre mujer no acababa de entender ni aprobar que dos chicos se amaran, pero al verles como se miraban decía… «no será tan malo cuando hace que dos personas se miren así» y añadía a continuación… «soy demasiado vieja para cambiar… en mis tiempos estas cosas no se veían…»

 Miraba la gente pasar. El señor del perro… un pastor alemán juguetón… el matrimonio joven con sus dos niños, gemelos a la sazón, que eran dos terremotos. Los pobres le daban pena… se les notaba cada día las pocas horas de sueño que habían tenido. Las ojeras iban avanzando día a día… La mujer ya no iba a la peluquería… el chico no se afeitaba ya todos los días… ya no sonreía.

 Miraba la gente pasar. Vio un taxi pararse delante de su casa. Era un chico joven que se bajaba. No le veía bien, le tapaba un poco un árbol. Le sonaba la forma de moverse. Sería un vecino, porque parecía que iba a su portal. Pudo distinguir             que llevaba una gorra… parecía azul… pero un azul muy raro… deslavado… Parecía que llevaba un paquete de regalo, y llevaba una mochila, y una bolsa de deporte. Y sí, venía hacia su portal…

No podía ser…

Le dio un salto al corazón… no… no… no…

Era él… era Iñaki… Era su chico…

Su corazón se puso a mil…se dio la vuelta de repente, y no calculó bien y se dio un golpe en la rodilla con la butaca orejera que tenía para leer al lado de la ventana… fue corriendo, en realidad fue casi arrastrándose… la rodilla le dolía… al baño, encendió la luz, y salió de su boca un ¡¡¡Mierda!! Que hubiera asustado hasta al más duro entre los duros de los barrios duros de la ciudad. No se gustaba nada… el pelo estaba hecho una pena, tenía ojeras, una espinilla campaba a sus anchas en su nariz. Seguro tenía mal sabor de boca… un enjuague… mierda, no se abre… da igual… pasta de dientes, ¡¡hala!! Medio tubo al lavabo.. atinó mal con su boca, y casi se mete en cepillo por la nariz… uno, dos tres… uno arriba… derecha…una pasada por la izquierda… abre el grifo, llena el vaso, es un decir lo de llenar… un sorbo, se enjuaga, y escupe. Otro trago… «Ding… dong…» ¡¡Mierda!!Ya está ahí… se podía haber estropeado el ascensor como otros días, justo cuando venía del super… y acababa subiendo la compra, cargado como un mulo, por las escaleras… Se echa una última mirada al espejo, aunque acaba cerrando los ojos para no verse… y se lanza a la puerta… La abre, y sin dejar que, el chico con gorra que hay al otro lado, diga algo, se lanza a su cuello, cual vampiro de la noche, y junta sus labios con los de su chico. Con una mano, le quita la gorra, con la otra, le agarra de la cintura, y le pega a su cuerpo… Era un beso eterno… no había espacio ni tiempo en él…

 – Ejem… perdón… ¿Os importaría dejarme pasar? Siento molestar de verdad, pero…

 Los chicos de la gorra, miran hacia donde ha salido esa voz. Se separan, como si estuvieran haciendo algo malo… y no pueden evitar ponerse rojos…

 – Es que se ha estropeado el ascensor… pero podéis seguir… – Siguió diciendo el señor del 6º, con una sonrisa picaruela..

– Pase, pase… perdónenos…

– No hay nada que perdonar… ¡¡hasta luego!!

 Entraron en casa, y sin apenas tener tiempo para cerrar la puerta, y dejar los bultos en el suelo, ya estaban los dos besándose.

 – ¿Vamos al dormitorio? – Dijo Iñaki.

 Marc se quedó parado. Algo se había cruzado en su cabeza. Otra vez. Una barrera infranqueable.

 – Confía en mí – le dijo Iñaki.

 Agarró de la mano a Marc, y se dirigió al dormitorio. Solo encendió la luz de la mesilla que estaba más alejada de la puerta, y del armario… y del espejo. Precisamente frente a él, hizo que se colocara Marc. Pero se dio cuenta que la luz era demasiado escasa para lo que quería. Encendió la lámpara de la mesilla de este lado de la cama. Así estaba mejor. Marc le iba siguiendo todos los movimientos, con la boca abierta. Estaba asombrado, y también asustado por otro lado. Pensaba que Iñaki le iba a pedir que se amaran… y seguía sin poder… era superior a sus fuerzas. No podía… entregarse. No podía soportar el que sus miembros se juntaran… le asustaba tocar el pene de Iñaki. No era miedo… era rechazo… era superior a sus fuerzas… y le amaba tanto… amaba tanto a Iñaki…

 – Confía en mí – le repitió Iñaki.

 Le corrigió la postura frente al espejo. En un principio le puso de frente completamente, ahora le corrigió y le puso en diagonal. Miró al espejo, pero no le gustó, así que le volvió a colocar de frente completamente.

 Se puso justo enfrente de él. Mirándole a los ojos. Bajó un poco la cabeza, Iñaki era más alto, y besó suavemente a Marc. Nada comparado con el beso de la escalera de hacía unos minutos. Muy suave. Apenas rozando sus labios. Besos cortos, suaves. Seguían siendo suaves caricias de unos labios contra otros. Se separó un poco, le miró a los ojos. Sonrió.

 De repente se arrodilló. Marc se puso nervioso, dio un imperceptible paso atrás. Creyó que Iñaki iba a hacerle una mamada. O algo parecido. Iñaki se dio cuenta del movimiento. Levantó la mirada… y con toda la dulzura que pudo imprimir a sus ojos, con un toque de reproche, por la falta de confianza, consiguió que Marc se relajar otra vez… al menos que volviera a recuperar su posición de hacía un rato.

 Iñaki cogió el cordón de una de las deportivas que llevaba Marc, tiró de él, para desanudársela. Hizo lo mismo con la otra. Levantó uno de sus pies, y le sacó la zapatilla. Seguido le quitó el calcetín. Volvió a posar el pie de Marc en el suelo, y se agachó, y le dio un beso en el empeine del pie. Levantó su mirada, para ver la cara de Marc… no iba mal… de momento en su cara solo había sorpresa, miedo, ansiedad… y unas gotas de asombro.

 Hizo lo mismo con el otro pie.

 Se levantó y se puso detrás de Marc. Casi pegando su cuerpo al de él, pero procurando que no se tocaran. Pasó sus brazos, como si fuera a abrazarle, pero intentando que no tocaran el cuerpo de Marc. Fue a su camisa, y empezó a desabrocharle los botones. Cuando lo consiguió con el último, le quitó suavemente la camisa.

 Fue a sus pantalones. Le desabrochó el cinturón. Le desabrochó el botón, y el enganche. Le bajó la cremallera, procurando que no rozara en ningún momento su mano con el miembro, o los testículos de Marc. Y dejó caer sus pantalones. Se iba a agachar a quitárselos, pero Marc, son sus pies, se lo quitó y lo apartó de una patada. Iñaki, entonces, cogió los slip de Marc, desde los lados, y los dejó caer al suelo.

 Se quedaron los dos mirando el  Espejo. Marc, desnudo, Iñaki detrás, vestido, asomando su mirada por encima de la cabeza de su chico.

 – ¿Tú no te desnudas? – dijo Marc.

– ¿Si me quieres desnudar tú?

– No bueno… desnúdate tú…

– Hazlo tú, por favor – le suplicó Iñaki. Has visto que es fácil. No ha pasado nada- Si no lo haces, me quedaré vestido – amenazó Iñaki.

– Pero…

– Por favor… ¿Me desabrochas las Adidas? – y diciendo eso, levantó un poco su pie derecho…

 Al final Marc cedió. Se agachó, y le fue quitando sus zapatillas, y sus calcetines. Se levantó y le quitó la camiseta que llevaba. No pudo dejar de mirarle el pecho… como le gustaría poder disfrutarlo… le gustaba mucho… mucho… pero… no podía cruzar esa barrera… Le desabrochó el botón del vaquero, y se lo bajó. Y le bajó seguido el bóxer. Ahí estaba su pene, sus testículos… el bobo de él la tenía medio erecta… Se levantó de un salto…

 – ¿Y ahora qué? Ya estamos desnudos.

– Tranquilo… déjame unos minutos.

 Iñaki cogió su mochila. Sacó una especie de foco. Un cable. Y un bote de Nocilla. El foco lo instaló arriba del armario, mirando hacia dónde estaba esperando Marc.  Lo encendió, después de tirar el cable hasta un enchufe que había al lado de la puerta. Marc, entrecerró los ojos… le deslumbraba la luz…

 Iñaki cogió el bote de Nocilla, y se volvió a poner detrás de Marc.

 – ¿Ves esta marca? – dijo Iñaki.

– Cómo no la voy a ver… veo esa…

– Vale, la ves… espera porque yo no la veo muy bien.

 Y diciendo esto, untó un dedo en nocilla, y fue siguiendo esa marca, dejándola marcada con la crema.

 – ¿Ves esa otra marca aquí? – dijo señalando el pecho por el otro lado.

– Pues…

– Pues yo no

 E hizo lo mismo. La recorrió suavemente con su dedo, untado en Nocilla, dejándola marcada.

 – ¿Ves esta otra? – Le dijo señalando una marca que cruzaba el pecho de derecha a izquierda – Pues yo no – le dijo al oído sin dejar que le contestara.

 Se separó un poco, y observó las tres líneas que cruzaban el pecho de su chico. Miró hacia atrás, y vio el armario que estaba al otro lado de la cama, con un espejo también. Fue hacia él, y abrió la puerta del espejo para que en combinación con el otro, hiciera que se viera la espalda de Marc.

 – Date la vuelta – le dijo Iñaki.

 Y Marc lo hizo esta vez sin protestar.

 – ¿Ves esta marca de la pierna? Yo no la veo bien.

 Y untando otra vez el dedo en la Nocilla, siguió la marca que cruzaba el muslo derecho de Marc.

 – Esta tampoco la veo – siguió diciendo, sin dejar ya espacio entre marca y marca.

 Y así siguió delineando con Nocilla cada una de las muchas cicatrices y marcas que tenía Marc en sus piernas, en su culo, en su espalda. Pintaba líneas suaves sobre la piel de su chico. Parecía el dibujo de las venas y arterias de su cuerpo. Pero solo eran cicatrices. Muestras y recuerdos de un pasado doloroso y triste.

 Marc estaba como hipnotizado. Ya no oponía ninguna resistencia. Pero no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Iñaki no dejaba de mirar la cara de Marc. No dejaba de observar cada minuto sus reacciones. Se paró un minuto. Quería afrontar las dos últimas marcas con un poco más de calma.

 – Sí veo en cambio, esta marca. A lo mejor no la ves tú. Te la voy a señalar para que la puedas ver bien

 Y diciendo esto, se puso enfrente de él, y le hizo un punto en su frente.

 – Y sí veo en cambio, esta otra marca. Creo que esta marca, no la acabas de ver bien. te la voy a señalar… para que la observes bien.

 Y diciendo esto, se agachó y recorrió el pene flácido de Marc, de arriba abajo.

 Marc seguía como hipnotizado. Ahora no podía ni moverse. Veía su cuerpo casi completamente lleno de Nocilla, recorriendo las decenas de cicatrices y marcas que tenía en su cuerpo. Las marcas que le producían tantas noches sin dormir, que le hacían angustiarse tantos días, aunque muchas veces no supiera por qué era.

 – Para ti, cada una de estas marcas son una muestra de vergüenza – empezó a hablar Iñaki, sin dejar de mirarle a los ojos. – Para ti, cada una de estas marcas, suponen tu recuerdo a un tiempo pasado. Un tiempo pasado que te domina. Que no te deja respirar. Para mí, cada marca que llevas en el cuerpo, es una razón de orgullo. Te amo un poquito más, por cada una de ellas. Muchas veces las he recorrido con mis dedos. Hoy, quiero que, de alguna manera, empiecen a formar parte de mí también. Quiero que, a partir de hoy, estas marcas sean una forma de sentirnos más unidos. A partir de hoy, tendrán otro significado. Dejarán de significar pasado… significarán futuro.

 Y acercó su boca a la primera marca que había pintado con Nocilla. Y la recorrió con su lengua, recogiendo con ella, toda la crema que había extendido minutos antes.

 – ¿Ves? Esta marca ya es un poco mía. La tengo en mi boca. La saboreo. Como saboreo cada vez que te miro, el orgullo que siento por ti.

 Volvió a inclinarse, y recorrió la segunda marca. Y la tercera. Se separó un poco, y con una inmensa dulzura en su mirada, acercó sus labios a los de Marc. Se dieron un beso… compartiendo las marcas en su boca.

 Así fue haciendo con cada una de las líneas que había trazado en el cuerpo de Marc. De vez en cuando, paraba, y compartía con sus besos, la  crema que iba retirando de la piel de Marc.

– Nos quedan solo dos marcas. Ésta primera.

 

Y recogió la Nocilla con la que había hecho un punto en la frente de Marc.

– Y esta segunda.

 Y arrodillándose, alargó su lengua, y recorrió suavemente el pene de Marc.

 Se levantó de nuevo… y acercó muy despacito sus labios a los de él. Y nuevamente se besaron.

 Marc, empezó a reaccionar… se sentó en el suelo, dobló sus rodillas sobre su pecho… y empezó a llorar. Era un llanto casi histérico. Nunca había llorado así. Era unas lágrimas de liberación. De tristeza. De alegría. Del pasado, del presente… del futuro… de amor.

 Iñaki por primera vez en ese día, no sabía como reaccionar. No sabía si sentarse con él y abrazarlo, o dejarle llorar. Al final se agachó, y en cuclillas, la acarició suavemente una mejilla con su mano. Pero sin poder evitarlo, también unas lágrimas asomaron en sus ojos. Había tomado muchos riesgos al llevar a cabo este juego. Y no estaba ahora seguro del resultado.

 Al cabo de unos minutos, Marc se relajó un poco. Dejó de llorar… por lo menos de tener esos espasmos en todo el cuerpo a causa del llanto. Le miró a los ojos… a los también llorosos ojos de Iñaki. Y en un impulso, se lanzó contra el cuerpo de Iñaki, como si estuviera placando en un partido de rugby. Y empezó a hacerle cosquillas… Marc intentaba liberarse… tenía muchas cosquillas… pero la sorpresa, y el estar ahora debajo del cuerpo de Marc, se lo impedía… al final solo podía intentar protegerse lo más posible… Marc parecía que tenia más brazos que un pulpo… cada uno de ellos con 20 dedos. Y fue haciéndose un ovillo… un ovillo que se movía espasmódicamente a cada momento… mientras una carcajada continua salía de su boca…

 Marc paró. Se quedó encima del cuerpo de su chico. Se fue acomodando, hasta acabar con su cabeza sobre su pecho. Iñaki poco a poco fue abrazando a Marc. Iñaki pensaba en que no le había dado el regalo que le traía. Pero… así estaban tan bien… Y así pasaron un buen rato… en silencio. Solo sentían cada uno latir el corazón del otro.

 – Feliz cumpleaños, amor. – dijo al final en un susurro Iñaki, al oído de Marc.

– Calla bobo.

 Y así pasaron un buen rato más… estaban tan bien…

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… esa noche…

Entró en la habitación.

Su chico seguía en la cama, tumbado mirando al techo. Se le quedó mirando un rato. Cuando se quiso dar cuenta, una sonrisa boba se instalaba en su cara. ¡Cuánto quería a ese chico que estaba ahí tumbado!

Al final se acercó a la cama. No hacía mucho calor en la casa, y estaba desnudo. Empezaba a sentir frío.

Su chico se fijó en él. Le sonrió mientras le veía acercarse. Dejó en la mesilla la bandeja con los dos vasos de zumo que había traído. Puso una rodilla en la cama y se inclinó sobre su chico para darle un suave pico. Le miró a los ojos. Eran unos ojos maravillosos. Marrones. Profundos. Picaruelos. Le encantaba perderse en ellos.

Levantó el nórdico y se metió dentro de la cama. Nada más hacerlo, su chico cambió de posición para acomodarse y poder apoyar su cabeza en su pecho. Le dio un beso en la cabeza.

– ¿Te gustó?

Su chico levantó la mirada… y no hizo falta que le contestara con palabras. Le había gustado. Hoy se había amado de forma distinta. Había probado otras cosas que no se había atrevido a hacer antes. Habían tardado todo el tiempo del mundo. El cuerpo de su chico le volvía loco. Y hoy se había entretenido en recorrerlo con su lengua, con sus manos… suavemente… varias veces. Incluso en esos rincones donde nunca se había atrevido a llegar. Hoy sí lo había hecho. Y su chico hizo lo mismo con él. Recordaba todavía su lengua en sus pies, como le mordisqueo suavemente cada dedo, como les chupó como si fuera ha sacar zumo de ellos. Y como siguió subiendo por sus piernas. Un rato la derecha, otro la izquierda. Como le había girado despacio y había jugado un rato en la rodilla, por detrás. Con su lengua. Cómo había seguido subiendo, despacio… a su chico también le gustaba su cuerpo… como llegó a su culo… y como poco a poco, dando rodeos…

– ¿Y a ti?

– ¿Tú que crees?

Se agachó un poco, y le dio otro pico. Pero su chico no se conformó. Y siguió otro, y otro… al final el último se convirtió en un beso pasional… largo, lento, profundo. Jugando con sus lenguas. Recorriendo cada una de ellas los labios del otro. Cambió de posición y se puso a su altura. Le rodeó con sus piernas. Juntaron más si cabe sus cuerpos. Sintiendo sus respiraciones. Sintiendo como sus miembros iban incorporándose al juego.

Paró un instante. Se separó unos centímetros. Quería ver otra vez esos ojos marrones. Quería perderse otra vez unos instantes en ellos. Quería sentir otra vez, quería escuchar otra vez… como esa mirada le decía… te amo.

Y lo vio. Y lo escuchó. Sin palabras.

Y volvió a acercarse. Volvió a besarle. Volvió a sentir su respiración. Y de repente, le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, al pensar en un instante, como le amaba, como le deseaba, como se enorgullecía de él. Y en recordar la suerte que tuvo, cuando el azar, hizo que se encontraran aquel día, entre todo ese grupo de gente. Que se miraran. Que hablaran. Y que al cabo de unos días, se dieran ese primer beso.

Los zumos siguieron en la mesilla durante toda la noche. Al lado de las gorras. Ninguno se volvió a acordar de ellos.

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

 

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