¡Cuánto tiempo!

Cierto. Y no sé todavía por qué me ha dado por volver aquí hoy. En realidad no he dejado de estar por aquí rondando, pero sin decidirme a escribir.

Hoy toca.

Casi un año desde que escribí por última vez. Más de un año desde que él se fue. Ha sido un año pésimo. ¿Pésimo? Sí, pésimo. Lo único que no he hecho es enfermar irremediablemente, al menos que me haya diagnosticado. Podía haber venido a contar mis penas, total, nadie me conoce y podía haber aburrido al más pintado. Pero cada vez soy más de guardarme las cosas. Cada vez soy más consciente de lo que aburre a la gente escuchar las penas de los demás. Y soy tan de no molestar que ni siquiera a ti que no me conoces y que no me lo vas a echar en cara, quiero molestar.

Pero mira, hoy he llegado a casa después de trabajar y… por cierto he llegado a horas completamente imprudentes… pues resulta que he vuelto de trabajar y me he sentado un minuto en el ordenador y me he dicho: Pepe, tómate un café en «Café para dos».

Podía haberme llamado a mí mismo Juan en lugar de Pepe. O Ramiro. O Kevin. Me ha salido Pepe. Vale, joder, me podía haber llamado Alquimista. Repito, pues: Alquimista, escribe en «Café para dos». Con todo lo que tengo que escribir en otros sitios… en fin. Pero estos días tampoco sale… me canso solo de pensar en sentarme en el ordenador con el fin de contar una historia.

Por cierto ¿Hay alguien ahí? Alguien que no llegue a este blog con la pretensión de saber sobre café, claro. Bueno, da igual.

Estaba antes de que divagara un poco, hablando de mi año pésimo. Pero sobre todo, quería hacer un poco de hincapié en lo de hablar de las desgracias. Y es bueno, es bueno hablar y divagar sin rumbo, alguien que te escuche, que no te pregunte, que no  ponga cara de impaciencia. Que no te diga con la mirada «qué pesado, la vida sigue, si se ha muerto tu amigo, o tu otro amigo, o tu padre y todos delate de ti, y los echas de menos, y sientes que ya no te queda nadie en quien apoyarte, porque los que se han ido eran tus muletas… la vida sigue». Y te vuelva a repetir sin palabras, pero claro: «la vida sigue, plasta».

Y todos sabemos que la vida sigue, pero a veces sigues sintiendo ese vacío, o ese peso dentro de tu corazón. Sigues dando vueltas a lo que hiciste, a lo que omitiste, a las faltas, a lo que podrías haber mejorado, a los enfados que podías haber evitado y que ahora, en la distancia, en la ausencia, ves como tontos y prescindibles. Y lo sientes y no se o puedes decir a nadie, porque la última vez que lo intenté, vi esa mirada de hastío… y me callé. Lo intenté con otra persona y me di cuenta que solo quería oír sus propias desgracias, pero las mías no eran bienvenidas.

He vuelto a aprender a callar. Sí. Y seguiré mejorando.

Para una vuelta tras un año de ausencia, creo que ya está bien. A lo mejor vuelve a pasar otro año hasta que vuelva de nuevo.

Por cierto, una pena que Chueca borrara los blogs. Y que no tuviera el detalle de avisar. Aquel primer blog que empecé allí tenía un cierto encanto para mí. menos mal que me traje casi todo a éste.

Otro día os hablo del libro de mi hermano del alma que debéis comprar. Pero eso será otro día. Por hoy, solo queda… deciros que «déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito».

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Espectador de mi propia vida.

Acabo de mirarme en el espejo. Pasaba por ahí y mis ojos no pudieron evitarlo.

Otra vez esa sensación de que la imagen que me devolvía el espejo no era yo. A veces tengo esa sensación. Tengo la sensación de que, aunque miro la vida desde mis ojos, en realidad no son míos. Es… es como si tuviera puesta una escafandra. Yo, mis ojos, y luego las gafas.

Viviendo la vida… ¿qué vida? Quizás solo esté viendo la vida de otro. A veces con sus ojos, a veces desde fuera. Quizás por eso a veces tengo al sensación de que todo es un guión, una película, una ficción. mala, pero ficción. No se esmeró mucho el guionista conmigo, la verdad.

O sí. Porque es más difícil construir un personaje como yo, anodino, sin grandes ilusiones… ¿Qué debería hacer yo ahora? ¿Qué se supone que no hacía cuando vivía mi padre y que debería haber hecho, porque me gustaba mucho, mucho, o lo deseaba? Pero no lo podía hacer, porque había que estar un poco pendiente de él. No recuerdo que deseos de esos realizables, claro, debería tener yo.

Hay ficciones malas, aburridas, de serie B. hay personajes planos, malos (no de maldad). ¿Seré un desecho del destino, un personaje B para una historia B? Ahora que lo pienso, tampoco me gustaría ser uno de esas historias A, con mucho dolor, enfermedades, superación, malos por doquier haciéndote la puñeta, incluso amores clavándote puñales en la espalda. Tengo yo unos amigos que me animan a permanecer soltero para los restos. Qué raros somos, por Dios.

Sigo buscando. Sigo buscándome. Sigo sin encontrar. Y aun mirando desde fuera, sigo sin verme.

De momento voy a ver si puedo encontrar el sueño tranquilo y reparador que necesito.

Casi se me olvida:

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

PD. Me he dado cuenta de que he dejado que el tema sin machacar. Este tema tiene mucho más… enjundia.

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Y… él se fue.

Y no me he hecho a la idea.

Pensaba que… iba a ser duro, pero lo es más. Quizás porque todo al final pasó tan deprisa que… no he podido asimilarlo. Todo ocurrió en un fin de semana. El viernes fuimos a urgencias, y el lunes… murió.

Se murió.

Lo repito para ver si me hago a la idea. Pero no. Sigo por las noches pendiente de si le pasa algo, sigo buscando la forma de cambiar las rutinas. Sigo buscando la forma de vivir. No puedo explicar lo que siento a nadie, porque cuando lo intento, compruebo que no me entienden. No me siento comprendido. Me siento solo, más solo que nunca. solo en su máxima expresión. Nadie ha podido mitigarlo hasta el momento.

Las dudas se agolpan. Dudas sobre el pasado, y dudas sobre el futuro. Las palabras que no dije me corroen por dentro. Las acciones del futuro me… angustian. He descubierto lo que intuía: soy un mierda, tan mierda como lo era él.

Me duelen las cervicales. Otro día más.

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… y se va.

El viento… hoy necesito el viento colándose por las rendijas de la ventana. Hoy necesito las contraventanas golpeando y rompiendo el ulular del aire.

Necesito un café cortado, calentito, y mi cigarrillo.

Necesito sentarme en mi sillón orejero y mirar a la gaitera que me observa desde el cuadro.

Necesito…

Un sorbo de café. Es descafeinado, por las horas.

Mi cigarrillo… Lucky.

Lo enciendo.

Una calada larga. Inclino mi cabeza hacia atrás y dejo que el humo se escape hacia en techo. Las sombras juegan en él… una mosca pesada me fastidia la escena. La maldigo, pero… la da igual, ni se inmuta. Sigue fastidiándome el juego de las sombras, las luces, el humo expandiéndose en el techo…

La vida. La muerte. Juegan… jugamos con ellas. No pensamos en la muerte, salvo cuando aparece. No pensamos en que nuestra gente se irá un buen día. Ni siquiera cuando sabemos que el fin está próximo.

Saber.

Saber o no saber, he ahí el dilema.

Esta semana supimos. Ya sabíamos, pero esta semana… supimos. Todo se puso en orden. Él morirá. Pronto.

Él no lo sabe. No lo ha oído de nadie. Pero lo siente. Lo empezó a sentir antes de que los demás atáramos cabos. Vitó con todas sus fuerzas ir al médico, no fuera que se lo dijeran en voz alta. Le daban mareos cuando iba, se ponía nervioso, se caía en medio de la noche… no quería saber.

Una calada… retengo el humo, pero se me escapan unos jirones… lo expulso con decisión, otro sorbo de café… me quedo exhausto en mi butaca orejera.

Una lágrima.

Soy casino, ya lo sé. Por eso estos días procuro no hablar con demasiada gente. Esto me… su médica está más preocupada por mí que por él. ¿Te has hecho a la idea?…

Una calada. El cigarrillo se acaba. Como la vida.

Lo apago suavemente. Como la vida se apaga en él…

Lo miras y… sabes, no puedes sentir todo el rechazo que te ha producido hasta hace poco. Es un pobre hombre, desvalido, que se hacía fuerte con las debilidades de los cercanos. Un hombre que hacía daño, y lo hace. Pero a él, también le han llegado las decepciones. Esos a los que premio con su admiración, le han dado de lado. A esas que premió con su tiempo, con su cariño, el que apenas dio a otros, le han dado de lado. No pueden dedicarle ni un par de horas a la semana, ni una llamada al día. Me da pena, no lo puedo remediar. Me da pena escucharlo decir: “Estamos solos”.

Él siente que se va. Él jugó a decir que le gustaría irse… ¡mentira! No quería… pero ahora sí se va. Y estos días que quedan, semanas, quizás algún mes… con al sentencia dictada, con todos esperando que suceda y a ser posible que no moleste mucho… Es curioso que yo sea al que más despreció… es curioso… Es curioso que a los que se dedicó con más ahínco, nada quieren saber. Mejor cualquier desconocido antes de que ellos tengan que pasar un par de horas con él.

El café se ha quedado frío, pero da igual. Lo apuro. Encendería otro cigarrillo, me pondría otro café, pero debo dormir. La vida es terrible estos días.

Quizás ahora, mientras apago las luces de la habitación, mientras las sombras se funden en negro esperando otro momento propicio para seguir con sus juegos… quizás… pueda entender por qué estoy aquí, por qué me empeño en intentar hacer lo que el quisiera, por qué no hago la vida más fácil para mí…

¿Me he hecho a la idea de que él se va?

Creo que no.

No me entiendo.

No entiendo lo que quiero ni lo que siento.

No entiendo lo que hago.

Una pregunta me persigue: ¿por qué?

No sé.

La mosca sigue jodiendo. ¡Jodida mosca!

Ahora viene mi frase. Una frase que ahora mismo, no siento ni practico.

Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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Más cansado.

Ayer escribía en el silencio de la noche. Más o menos a esta hora, más o menos con el mismo silencio.

Y ahora que pienso en este minuto que me da el punto y a parte, escribiría lo mismo que ayer. Quizás con un poco más de furia. Y de agotamiento.

Furia con mi hermano, con la parte de la familia que le corresponde. Tenemos un padre que vive conmigo, que necesita cuidados. Vale, otra vez voy a escribir de lo mismo. Y otra vez me quedaré insatisfecho, como ayer, seguro. Y encima hoy voy a ser breve, porque a penas me tengo en pie.

He ido a ver a la Asistente social de mi centro de salud. Tras una charla larga, lo único que he sacado en claro es que tengo dos opciones: o convencer al resto de mi familia a que pongan un granito de arena y vengan un par de días a la semana cada uno, o contratar a un cuidador durante todo el día. Claro, las noches y los fines de semana son míos. para mi hermano, que él o sus hijas vengan un par de días a la semana un par de horas, es un parche.

No lo entiendo.

Es mejor que venga alguien extraño a cuidar del abuelo.

Y encima, lo mejor de todo, es que el que no aguanta a mi padre soy yo.

¡Qué bobo soy!

Pero no puedo ser de otra forma. Sabes, creo que mi estado de ánimo está bajo mínimos porque no soy capaz de encontrar la forma de desentenderme. O porque pensar en ello, solo pensarlo, me pone mal cuerpo. Esto si se lo cuento a alguien, me miran con cara de «Este es bobo». Menos mal que aquí nadie me conoce.

Mira, no sé. Solo Sé que estoy hecho una mierda, y el miércoles será el día del oncólogo de nuevo. Análisis a las 9,00 y médico a la 1,00 h.

Sabes, otro día haré otro intento de explicarme y de entenderme.

Besaos y abrazaros, ya sabéis, es todo mucho más bonito.

PD. Estoy perdiendo facultades, ayer por lo menos intenté jugar con el silencio, hoy ya ni eso.

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No me entiendo…

Escucha… escucha… es el rumor de la calle. De vez en cuando pasa un coche. El vecino de arriba tira los zapatos al suelo antes de bajar una cama plegable, de esas que salen de un mueble. O a lo mejor, es un sofá cama…

No hay más sonidos. Nada.

Pero esto posiblemente no dure más de cinco minutos.

Estoy cansado. Muy cansado. No es un cansancio físico solo, es sobre todo un agotamiento mental. Quisiera que este silencio durara días, semanas. Cada vez me cuesta más hablar con la gente. Ayer, por ejemplo, quedé agotado al hablar apenas quince minutos con uno de mis hermanos. Exhausto, sin fuerzas. Me quedé con la mirada perdida en ningún sitio, cuando colgué el teléfono.

No entiendo muy bien lo que estoy haciendo. Y es difícil explicarlo, sobre todo si tienes intención de que el que te escucha, te entienda. Intento que los últimos días de mi padre sean lo más agradable posible. Está enfermo. El cáncer ha vuelto, y posiblemente para quedarse. Es un hombre mayor… un hombre con un carácter insoportable, hecho este agudizado por la enfermedad. En realidad es un pobre hombre, alguien que no ha sido capaz de vivir salvo a la sombra de otros. Su autoestima se ha alimentado siempre de machacar a los que tiene cerca. Lo hizo con mi madre. Lo está haciendo conmigo. Juega conmigo, juega con todos. A todos los que les cuento me dicen que me desentienda, que si el resto de mi familia, que si mis hermanos… pero… ¿Cómo se hace eso? Yo no soy capaz, a pesar de que esto me está hundiendo poco a poco.

No acabo de expresar todo lo que quiero, es todo tan complicado. Casi necesitaría el espacio de una novela para conseguirlo. Hablaba el otro día con su médica y ésta me decía que no debía dejarme llevar por él. Y lo intento… pero sabes, no valgo… como no se hacerlo a veces me enfado, y luego me siento culpable por enfadarme. A los demás, es cierto, los trata igual, pero con no volver, lo solucionan. Pero yo  no puedo hacer lo mismo, se lo decía a otro de mis hermanos esta misma tarde. Ellos se van, pero… yo vivo aquí. Podría irme, tengo mi casa, pero entonces… ¿Qué?

El carácter manipulador de mi padre es digno de una historia larga. De cómo te va comiendo el terreno, de cómo te hace sentir inferior a él, y eso que el que es un pusilánime es él, un inadaptado de la vida, alguien lleno de inseguridades con, eso sí, una inteligencia manipuladora difícil de superar. Ya entiendo la mirada de mi madre, cuando se iba.  Le daba pena, porque ella sabía que yo ocuparía su lugar, y nadie mejor que ella sabía lo que me esperaba.

Por todo esto no me entiendo. No entiendo mi afán por ayudarle a él, y a otros. Porque luego, no encuentro a nadie que sepa tocar la tecla para sentirme mejor, apoyado, comprendido, lo que haría todo más llevadero y asumible. Solamente me siento bien ahora mismo, solo, con una música tranquila de fondo, o mejor… en silencio. Solo quizás con el rumor de la calle, con esos coches ocasionales circulando camino de vete tú a saber que encomiendas,  cada uno con sus historias reales o imaginarias, con sus miserias, o con sus alegrías.

Quizás si hubiera llegado mi príncipe… pero sabes, ahora pienso en esa posibilidad y… no… no me vale… no lo querría, no sabría verlo, ni entraría en esa historia.  Quizás mis errores al tomar las decisiones hace muchos años mee condenen ya al silencio y a disfrutar de la soledad para los restos.

Esto acabará un día. y solo sueño con que ese día, pueda perderme en algún lugar en dónde no conozca a nadie, y acompañarme solo con mis historias pendientes de escribir, o casi mejor, con una colección de libros pendientes de leer. Sin familia, porque sabes, creo que cuando mi padre se vaya, mi familia se irá con él. me va a costar relacionarme con ella… paso de todos, como ellos han pasado de estas circunstancias.

Lo que más me pesa, es que no me siento para nada entendido por nadie. Bueno, quizás la médica de mi padre, el otro día, sí que me entendía. Es más, leyó cosas en mí y en mi situación que yo no había expresado con palabras.

Sabes, creo que me he repetido mucho, que… quizás otro día deba intentar volver a poner en orden mis sentimientos y pensamientos, porque este de hoy, creo que ha sido otro intento frustrado. Cada vez confío menos en mi capacidad de contar algo. Quizás me venga bien, por si en algún momento me entretuve en soñar despierto con un futuro lleno de libros propios y oropeles.

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Capítulo XV: Confidencias o… recordando el pasado.

– Mis padres murieron hace unos años – Perro agachó la cabeza para oír mejor, apenas salía un murmullo de la boca de Israel – Fue… bueno, eso mejor no te lo cuento ahora…

Israel paró. No había sino empezado a desgranar la historia, su historia, que apenas se la había contado a su psicólogo, y ya no podía seguir. Un tremenda congoja se apoderaba de él.

Perro le puso una mano sobre su cuello. Le empezó a acariciar suavemente. Israel, hizo un gesto como de rechazo. Perro apartó entonces la mano.

– Fue un tiempo difícil. Parezco un amargado… – dijo haciendo una mueca de resignación- . 16 años tenía. 15. Los 16 ya los cumplí con mis abus. Mi padre bebía. Mucho. Y tenía un carácter muy fuerte. Dominante. Yo no era como él quería. No me gustaban las cosas que a él le gustaban. No me gustaba la caza, ni las cartas, ni me gusta beber. Me gustaba el deporte, pero practicarlo, no pasar la tarde viendo fútbol. Y él quería hacer esas cosas conmigo. Era su hijo, y era lo que había soñado hacer con nosotros. Mi hermano mayor, sí, le seguía el juego. Pero yo no. Y un día, con 14 o así, ya se empezó a cansar. Fue un castigo de esos sin sentido. Recuerdo que, había fútbol, jugaba el Atletic, compró el partido en la digital, y me dijo que fuera a verlo. Yo le dije que no, que tenía que estudiar, me dijo que luego, y yo le dije que no me daría tiempo, mi madre le dijo que me dejara estudiar, él se calló, se quedó mirando el fútbol. En el descanso fue a mi habitación, estaba yo tirado en la cama, con el libro de historia, se acercó, se sentó en mi cama, me agarró la cara con una mano, se acercó lo más que pudo, y con el aliento apestando a cerveza, me dijo que nunca, nunca se me volviera a ocurrir llevarle la contraria. Me dejó marcados los dedos en la cara, empecé a llorar, no podía evitarlo, me asusté.. Se levantó de repente, fue a la mesa y cogió mi móvil, lo tiró al suelo, y lo pisó. Hasta que lo destrozó, no dejó de pisarlo. “Castigado por desobedecerme. Y si vas a mamá con lloros, te castigaré sin ir a jugar al fútbol, sin televisión, y sin las clases de teatro.”

Paró un momento. Bebió un sorbo de su café. No levantaba la cabeza. Tenía fija la mirada en la taza. Perro no sabía muy bien que hacer. No se esperaba esa historia, ese tipo de historia. Tenía sus ojos muy abiertos. Movía ligeramente la cabeza arriba y abajo. También estaba inclinado sobre la mesa. Le hubiera abrazado, pero después del rechazo de hacía pocos minutos, no se atrevía. Miles de preguntas se agolpaban en su cabeza, pero no quería romper el momento. Creía que Israel, necesitaba contar esos sentimientos. A su ritmo. No sabía por qué se los contaba a él. No dejaba de ser un desconocido. Era de hecho un completo desconocido. Miraba nervioso el reloj de su móvil, que había dejado encima de la mesa. Había quedado no dentro de mucho. Pero no podía dejar a ese chico así.

– Nunca le había visto así. Nunca. Me asusté. Se fue de la habitación y no conseguía reaccionar. Yo había notado que no le sentaba bien que no me gustaran sus planes. Pero hasta que mi hermano se fue, no se notaba mucho. Él hacía todas esas cosas con mi padre. Al irse Fernando, se quedó solo, y dirigió su mirada hacía mí. Y ese día, explotó. Y a partir de ahí, todo fue a peor. Castigos absurdos. Desprecios delante de sus amigos. Yo… – Israel buscaba las palabras para seguir – no sabía que hacer. Empecé a pensar que era mal hijo, que no era como mi padre quería. Empecé a participar en algunas de las cosas que me proponía, más que nada porque,… bueno, porque tenía miedo, y por intentar ser como él quería, pero por otro lado, no podía… me revelaba… no me salía de dentro… y llegó un día en que me dio un tortazo.

Otra vez paró. Bebió otro poco de su café. Seguía mirando, con sus ojos llenos de lágrimas el cenicero que había en la mesa. Perro, imperceptiblemente, quitó el sonido a su teléfono. Dejó su cita para más tarde. Se acumulaban muchas llamadas a devolver. Pero no podía dejar de escuchar esa historia.

– A ese tortazo, le siguieron otros. Cada vez mi padre bebía más. Mi madre trabajaba, y no se enteraba de las cosas. O no quería darse por enterada. Mi madre era ejecutiva de una multinacional, y pasaba mucho tiempo fuera. Mi padre tenía un trabajo más cómodo. Y menos remunerado, claro. Creo que, tenía un cierto complejo de inferioridad con mi madre. Yo era listo. Era ágil. Sacaba buenas notas. Hacía deporte y era bueno. Hacía teatro y no lo hacía mal. Tenía muchos amigos, era muy sociable. Pero no tenía…, no era como él. Alguna vez pensé que él veía en mí las cosas que odiaba de mi madre. Yo me parezco a ella, en lo físico y en… bueno en casi todo. Al final, pasamos de nivel, y empezó a pegarme con el cinturón. Cualquier excusa era buena. Me desnudaba, y me pegaba hasta que le dolía el brazo. Siempre lo hacía cuando mi madre tenía que irse de viaje. La primera noche, ya sabía lo que me iba a tocar. Y al día siguiente, mi amiga Estela, me curaba en su casa. Fue la única a la que se lo conté. Y no lo hice por gusto, sino porque un día, un día siguiente a la primera noche en que mi madre se iba, me tocó la espalda, y no pude contener un grito de dolor. Y como ella ya se olía algo, sin dejarme reponerme, me subió el niqui, y vio las señales. Le hice jurarme que no se lo contaría a nadie. Pero creo que al final se lo contó a su madre. Se lo contó…

Israel paró otra vez. Se puso enseñando la espalda a Perro, y se subió su camiseta ligeramente. Lo suficiente para que Perro, si hubiera tenido alguna duda de que la historia de Israel fuera verdad, se le disiparan. Vio, en el trozo de espalda que pudo ver, decenas de señales marcadas en la piel. De correas, o látigos… o lo que fuera. No eran muy visibles, pero ahí estaban. No pudo aguantar la tentación, y acercó suavemente sus dedos a la espalda de Israel. Y sin darse cuenta, apenas rozando su piel, siguió un par de esas señales

Israel bajó su camiseta rápidamente. Perro apartó su mano. Se quedó mirándolo. No paraba de llorar. Parecía otro chico, al que había visto pegarse hacía apenas una hora, por su amigo. Al que había visto indignado con Rodrigo por no defenderle. Perro encendió un cigarrillo. Estaba él también inclinado. Sin apenas mover los labios, al final se atrevió a preguntar…

– ¿Y como murieron tus padres?

Israel parecía no haber oído la pregunta. Seguía con la cabeza agachada. Perro no hizo amago de preguntar de nuevo. Se quedó mirándole. Esperando pacientemente. Otra llamada llegaba a su móvil. Veía la luz de la pantalla. Lo apagó.

– Un día, mi madre se fue de viaje. Iba a estar al menos una semana fuera. Yo, estaba en mi habitación, escuchando como preparaba las maletas, y como hablaba por teléfono ultimando las reuniones que tendría al llegar a Chicago. Lloraba. Sabía que esa noche, me tocaría. Mi padre andaba por la casa como un padre y marido normal. Me repugnaba oírle hablar con mi madre con esa tranquilidad, con esa aparente…

Volvió a parar. Perro no sabía como comportarse. Al final volvió a poner su mano sobre el cuello de Israel. Esta vez no le rechazó. Pero tuvo la impresión de que ni se dio cuenta. Notaba como temblaba. Parecía como si estuviera reviviendo completamente esa experiencia. Como si estuviera en la habitación.

– Mi madre se fue. Salí de mi habitación con una sonrisa y le di dos besos. No notó nada. Cerró la puerta de la calle. Se subió al taxi, y se fue. Mi padre se fue al salón. Yo me iba a mi habitación, cuando me llamó. “siéntate aquí, vamos a ver la tele”. Fui. Me senté a su lado, sabía que si intentaba sentarme en la butaca, sería peor. “Ayer te vi”. Yo dejé de respirar durante un momento. “Te vi con ese amigo tuyo ¿cómo se llama? ¿David?”. Me quedé mudo. “Os estabais besando”. No me atrevía a mirarle. “¿Eres marica?”. No sabía que decirle. Puso un brazo sobre mi hombro. Yo temblaba. La otra mano la puso sobre mi cara, girándola para que le mirara. Yo perdí mi mirada en el suelo. “Mírame, marica”. Su tono de desprecio era esta vez mucho mayor que normalmente. “Es lo que me hacía falta, una mierda de marica como hijo.” De repente puso su mano sobre mi nuca y me bajó la cabeza hasta su… Con una mano me sostenía la cabeza allí, con la otra me bajaba el pantalón del chándal… y empezaba a pegarme con la mano… “Chupa… a ver por lo menos si eres buen mamador.” Yo lloraba. No abría la boca. Su… parecía que crecía con el roce de mi cara.. Me empezaban a dar arcadas… “Eres una puta mierda”. Se levantó de repente, tirándome al suelo. Se quitó el cinturón y me empezó a pegar. Con furia. Yo, intentaba esconderme debajo de la mesa. Me acurruqué con las piernas pegadas al pecho… empecé a gritar. Tiró la mesa y me agarró de una pierna. Me quitó la zapatilla. Me quitó la otra. Rompió los pantalones del chándal, y el calzoncillo. Me agarró el paquete. Me apretó. “¿No te excitas?” “No te gusto” “Veremos ahora si te gusto o no”. Me empezó a arrastrar por las piernas hasta el piso de arriba. Yo intentaba agarrarme a los escalones… pero el tiraba más fuerte. Y de vez en cuando se daba la vuelta y me soltaba un correazo. Llegamos a mi habitación… me soltó, y empezó a pegarme con el cinturón, pero con la hebilla. Ya no me dolía. Daba igual. Se agachó y me buscó el culo. Me metió un dedo. Intenté evitarlo, y me soltó un tortazo en la cara. Me quedé quieto. Me daba igual. Quería morirme. Ahí casi perdí la consciencia. Todo es una nebulosa. De repente vi a mi madre en la puerta. Mi padre se levantó. Empezaron a discutir. Mi madre intentó acercarse a mi, pero él no le dejó. Salió entonces corriendo hacia el piso de abajo. Él fue detrás. Forcejearon. No recuerdo que pasó…

Cogió un pañuelo de su bandolera. Se secó los ojos. Respiró profundo. Para recuperar la compostura. Perro dejó de tocarle el cuello. Israel le miró a los ojos.

– Perdona.

– ¿Y que pasó? – Perro no pudo evitar la pregunta.

– Luego supe que los dos cayeron por la escalera. La policía llegó poco después. Mi madre la había llamado antes. Pero no llegaron a tiempo. Mi amiga me contó en el hospital que, su madre había hablado con la mía. Y que planeó ese viaje ficticio para comprobarlo. No se lo creía. Mis abuelos vinieron para hacerse cargo de mí. Desde entonces vivo con ellos. Son adorables.

– ¿Los padres de tu madre?

– No, los de mi padre. Creo que se sienten culpables. Me quieren. Me miman. No tienen culpa, ellos vivían a cientos de kilómetros. Al final nos vinimos a vivir aquí. Vivíamos en Barcelona. Mis abuelos en Málaga. Renunciaron a su vida por estar conmigo. En Barcelona… no fui capaz de volver a entrar en mi casa. Ni nada que me recordara a ella. Ni la ropa. Ni mis cosas. Ni mis amigos.

– ¿Y Estela? ¿Y ese chico David?

– Rompí con todo. No podía soportar nada que me recordara…

Perro se recostó sobre el respaldo. Le abrumaba la historia que acababa de escuchar. Israel le cogió un cigarrillo y lo encendió. Se lo pasó. Encendió otro para él. Perro estaba desconcertado. La actitud de Israel le desarmaba. Ahora parecía que, volvía a ser el chico seguro de hace un rato. Nada que ver con el chico que le había contado una historia que solo pensaba era posible escuchar en la radio, o leer en los diarios de sucesos.

Sonó el móvil de Israel. Un mensaje.

Lo leyó. Se levantó de repente.

– Lo siento, me tengo que ir.

Cogió sus cosas. Y se lanzó a la puerta.

De repente se dio la vuelta. Volvió sobre sus pasos. Se acercó a Perro, que no salía de su asombro, y le dio un pico. Sonrió.

– Gracias. Llámame.

Y salió disparado.

Perro se quedó mirando la puerta de la cafetería por donde había desaparecido Israel. Poco a poco fue reaccionando. Encendió su móvil. Empezaron a llegar mensajes de llamadas perdidas. Pero le dio igual. Saboreó su cigarrillo, sin prisa. Apuró su menta. Necesitaba unos instantes para asimilar todo lo que había escuchado.

De repente, sonrió. Movió la cabeza de arriba abajo.

– ¿Y como quiere éste que le llame, si no me ha dado el teléfono?

Y el caso es que, Israel, le había calado hondo. Por su historia. Por su forma de ser. Y… por que era el chico más guapo que había visto.

– ¡¡Seré gilipollas!!

Recogió sus cosas, marcó un número en su móvil, y se fue a la salida.

– Oye, Hugo ¿quién paga?

Era Rodrigo, el camarero.

Perro no pudo evitar una carcajada.

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La historia completa

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Déjate besar y abrazar, todo será más bonito.

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Se me ha escurrido una historia entre los dedos.

Se me acaba de ir la historia. Otra.

La tenía bien cogida entre mis dedos, pero por una rendija se ha escapado.

Puede que hablara de sueños. Se los sueños que tenemos todos cada día, y que no se cumplen. De los sueños que nos vienen mientras andamos por la calle, o mientras tomamos un café y miramos distraído el Diario de antes de ayer, por eso de no parecer solo y aburrido.

“Cerré los ojos aquel día, pensando que si lo hacía muy fuerte, fuerte, al abrirlos iba a aparecer un chico maravilloso que me sonriera y me dijera:

 – Todo va a salir bien.

Y me sonriera otra vez.

Pero la vida es jodida, jodida, y abrí los ojos, y nada, estaba la camarera sosa y creída, que se casó con el jefe, y que se cree más lista que nadie. Y es tonta. Pero ella no lo sabe.”

Se ha escapado la historia. Podría haber hablado de dinero, o de no tenerlo. De historias dentro de la historia, de miles de ellas, de un pobre que llegó a rico, o de un rico que por esto de los negocios y de vivir al límite, llevó a su familia a vivir en una chabola.

Pero no era esa la historia del día, la que tocaba hoy. ¿Cómo lo sé si se me ha olvidado? Porque lo siento aquí, en mis entrañas. Lo siento aquí… “No es la historia”.

Un día contaré la historia de un chico que se creía muy listo e independiente. Que se creía verdaderamente que hacía lo que el quería, que dominaba su vida, incuso que se enamoraba de quien quería. Pero era mentira. Él era un genio en lo suyo, y todos a su alrededor lo sabían. Y él se convirtió en esclavo de su destino, condicionado por éste y por los vigilantes del mismo. Él se enamoró de alguien lejano, pero poco a poco sus defensores lograron convencerlo de que era mentira, de que no estaba enamorado y de que ese hombre no lo merecía. “Lo tuyo, eso es lo principal”. Y él se lo creyó.

Pero esa no era la historia por la cual empecé a ensuciar este folio, en lugar de ensuciar otro en el que iba a hablar de una película.

Rodrigo acaba de entrar en casa y me mira desde la puerta. Le hago un gesto y se acerca sonriendo. Me besa suavemente en los labios y sonrío.

¿Vienes? – me pregunta suavemente.

No contesto pero me levanto. Cojo la mano que me tiende y le sigo a la cocina. Me siento y él lo hace sobre mí, y me besa.

Sonreímos.

Cenamos un poco y nos vamos a la cama.

Otro día os contaré más, de esta historia, o de esa que me empujó a sentarme y que se me escurrió entre los dedos, como la arena en la playa, como el agua del arroyo.

Solo queda recordaros que, si os dejáis besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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¿Les cuidamos bien?

Me contaba el otro día la madre del que una vez fue el ocupante de mi corazón, que estaba cansada de luchar. Su marido tiene cáncer. Pero su marido además es un poco desagradable. Siempre lo ha sido. Un poco suyo, un poco creído, de estos que piensan que hace un favor a la señora con seguir con ella pudiéndose ir con cualquier jovencita.

Pero ahora tiene cáncer. Y las ha pasado canutas.

El cáncer es jodido, no ya por la enfermedad sino porque algunas de las medicaciones te cambian el carácter y no precisamente a mejor. Ella no es una mujer fuerte, pasó sus momentos de depresión… no me extraña con semejante marido.

Las parejas influyen mucho en estas cosas. Ella sigue porque a lo mejor no sabe hacer otra cosa, o porque dudo de que se haya recuperado de todo de su depresión y sigue con medicación.

Y ahora debe luchar con su marido, con que tome los medicamentos y con que no tome lo que no debe: alcohol y esas cosas.

Alguna vez me les he encontrado en Oncología. Sí, yo tengo mi propio enfermo de cáncer y debo visitar de vez en cuando estos sitios. Y me daba pena verla como se arrastraba hacia la consulta, empujada por su hija. Y como él se mostraba con su mejor cara. Como cambian algunos de puertas para adentro.

Pero es que encima esta buena mujer estaba preocupada por lo que diría la gente, los amigos, los vecinos. Estaba preocupada porque no pensaran que no lo cuidaban bien, o porque no hacían lo que debían.

Y no os creáis que exagera. Porque somos un poco así. Esas mismas dudas las tengo yo a veces. Porque sabes, es muy difícil ponerse en el “lugar de”. Es muy fácil ver las pelis de enfermos y sus familias y pensar que todo debe ser así. Y juzgan, y juzgamos.

Una vez, cuando mi padre se cayó en la calle y me llamaron los vecinos, casi… sabes, durante unos días si me los encontraba notaba su mirada y la interpretaba como una crítica por dejarle que saliera solo, o por no haber estado pendiente, o por vete tú a saber. Eso se une a que nadie te diga nada que te apoye, que te anime, es como si caminaras por un desierto, solo, bajo un sol abrazador y sin una gota de agua.

Estas enfermedades son de los que las padecen y de los que las pasan al lado. Ese hombre y mi padre, a parte de estar enfermos han sido toda su vida un dechado de amabilidad. Roca doble razión, entonces. Tú en cambio, eres el fuerte, tú eres el saco de boxeo sobre el que se empotran una y otra vez los puños, con guantes o sin guantes. Como eres el fuerte, debes aguantar toda la mierda… pero a veces la mierda es demasiada hasta para los fuertes. ¿Y quién aguanta tu mierda? Tú puedes escuchar 20 veces al día lo jodidos que están, los dolores que tienen, las piernas, lo solos que están, que no tienen ganas de comer y mil quejas más, o mil repeticiones de la misma. De vez en cuando te lo salpican con un “pareces enfadado”, “Es que todo te enfada” y solo tienes tristeza, abatimiento e impotencia. Pero todas estos sentimientos son difíciles, tienes que poner algo de tu parte por intentar arreglarlos, y para el otro es más fácil lo de “estás enfadado” porque eso lo pone de nuevo como víctima. Y ser víctima a veces es muy conveniente.

Ahora recuerdo a un amigo que siempre me dice que no hago más que quejarme. Lo dice de coña, pero… lo dice. Reconozco que acertar con las palabras que uno quiere oír cada día es más complicado. Porque al no escucharlas nunca, cada día las necesitas más perfectas, y de la persona indicada. Y cada vez son menos las personas indicadas.

Esta pobre mujer se iba cargada de bolsas a su casa en busca de su martirio después de vaciarse un poco conmigo. Cada uno tenemos nuestro martirio.

Hoy es uno de esos días en que estoy abatido, con pocas ganas de nada. Y en los que nadie consigue que mi sentimiento de soledad desaparezca. Es más, cada vez que cruzo una palabra con alguien, después me siento mucho más solo y vacío.

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Capítulo XIV: Joaquín y Arnau y qué difícil lo hacemos todo…

No contestó.

Pero dio igual.

Arnau se removía intranquilo en el asiento del coche de Joaquín. Éste conducía con una atención inusitada. Un silencio incómodo, agobiante, donde hasta ese instante había coñas, risas y complicidad.

– Ahí tienes sitio.

– ¿Cabrá?

– Creo que sí.

Bajaron del coche. Entraron en el restaurante. El camarero les llevó hasta la mesa que tenían reservada. Como la cena estaba ya encargada, eran unas jornadas gastronómicas, el camarero simplemente les preguntó qué iban a beber. Agua y Vino. Un Ribera de Duero Crianza. Señorío de Nava.

Joaquín miraba a la mesa. Arnau, miraba a los comensales que estaban en las mesas de al lado. Llegó la bebida. El camarero, al ver a Joaquín más mayor, le sirvió a él primero para que catara el vino. Pero Joaquín le pasó la copa a Arnau. Entendía más de vino.

– Está bien – sentenció Arnau, mirando a los ojos al camarero.

El camarero sirvió las dos copas. Dejó la botella en la mesa. Isabel y María se acercaron un momento a saludarles. Eran compañeras de trabajo de Joaquín. Se levantaron y charlaron un par de minutos con ellas. Se quedaron de nuevo solos. Silencio.

Llegó el primer entrante. Una ensalada. De escabechados. ¿Codorniz? Y perdiz. A compartir. Joaquín cogió las pinzas y sirvió.

– ¡Está bueno! – Arnau probó primero.

– Sí, no está mal.

– No te gustan los escabechados.

– No es mi plato preferido.

Mayte saludó desde una mesa del fondo. Estaba con su marido y con otra pareja amiga. Arnau saludó con la cabeza a Hugo. Estaba con sus padres y hermanos. Una cena familiar. Parecía otro hombre distinto con su familia. No entendía como había caído en la compañía de Mario y sus “amigos”.

– ¿Qué viene ahora?

– Una selección de embutidos serranos.

– ¿Pan con tomate?

– Sí esas tortas que hacen a la plancha con…

– Me pondré las botas…

– Hay otros 6 platos…

– Joder…

Acabaron los escabechados. Arnau ayudó con los suyos a Joaquín. Llegaron los embutidos. Un hombre saludó con un gesto a Joaquín. Arnau escuchaba divertido una conversación entre una pareja. Conversación de besugos o como no decir nada sin parar de hablar. O como dos enamorados hacen el ridículo. Recordó en ese momento los juegos que había tenido con Joaquín hacía un momento. Hasta la llamada. Y se dio cuenta que, no difería mucho de la de estos dos chicos. Y si no hubiera sido por la llamada, ahora, estarían compitiendo en ridiculez. Su sonrisa se convirtió en mueca. Estos no eran buenos días. Nada salía bien. Y él no estaba acertado. No sabía lo que pensaba, ni mucho menos lo que sentía. No sabía si luchaba contra un incipiente amor hacia Joaquín, o contra un amor consolidado hacia Iñaki. O si en realidad había amado a Joaquín siempre, sin darse él ni cuenta. No sabía si volvería con Iñaki, ni sabía si Joaquín sería el hombre de su vida. O al final acabaría solo… alejando a todos los que le han importado por su indecisión…

Sentía que Joaquín estaba incómodo. Había repetido hasta la saciedad que no le pedía nada, pero en realidad, notaba que Joaquín al menos se había hecho a la idea de vivir unos días de pasión. La llamada lo estropeó. La sombra de Iñaki era alargada. Pero no sabía como salir de esa situación. No se le había dado nunca bien el hablar de sentimientos, ni de malos entendidos, ni malos rollos. Lo que había pasado hacía un momento en su oficina, con Quim, fue un lapsus. Estaba ofuscado, enfadado, deprimido. Y todo salió sin pensar. Pero ahora, una vez recuperado el ánimo, no era capaz de retomar el camino de la sinceridad, de la expresividad. Y Joaquín, que para eso era mucho mejor, y que siempre que habían discutido era quien empezaba la senda de la reconciliación, hoy, ahora, no estaba propicio a tomar la iniciativa.

Y esto llevaba el camino de una noche divertida, que era lo que se presagiaba hacía media hora, se iba a convertir en una noche anodina y triste.

Mayte al final se acercó, aprovechando que se levantó al servicio. Unos minutos de cháchara. Intrascendente. Creo que tenía ganas de hablar de lo que había pasado esa tarde, pero la prudencia la contenía. Joaquín bromeó con que se había encontrado antes a Arnau mirando fijamente el cuadro de la oficina. Algunas risas echaron. Por un momento parecía que el ambiente se relajaba. Pero Mayte siguió su camino al servicio, y todo volvió al silencio.

Arnau empezó a mirar a hurtadillas a Joaquín. Sus ojos estaban llorosos. No, no… no estaba llorando, pero… se notaba… como una tristeza profunda dentro… que si no estuvieran en un sitio público, con muchas gente conocida alrededor, acabaría en una suave y silenciosa caída de gotitas de agua salada.

– Están buenísimos los embutidos – rompió el silencio Joaquín.

– El pan con tomate, es lo que está de muerte.

Esperaba que cuando llegara el siguiente plato, les diera un poco más de vida a la conversación.

– No lo he cogido.

Sin saber como, Arnau se encontró diciendo eso. No fue muy consciente al hacerlo. Si lo hubiera pensado, hubiera dicho algo con más… ¿enjundia? Pero ya estaba. No se podía borrar. Joaquín se quedó mirándole. Con esos ojos. Tristes.

– No es eso.

Joaquín bajó la vista, para cazar el último resquicio de jamón. Arnau se quedó mirándole ahora con más decisión.

– ¿Qué es entonces, Quim?

Joaquín no contestó de inmediato. Perdió la mirada por todo el comedor. Pero mirando a una altura en la que no se pudiera encontrar con otras miradas. Las luces eran un buen objetivo, o el suelo. Ese langostino que se había caído de algún plato… no era un langostino, solo era una cabeza…

– Lucho contra… – dudó de cómo seguir la frase que había empezado – te amo con toda mi alma. Sé que tú no tienes esos sentimientos tan profundos, aunque creo que me quieres… sé distinguir cuando mis parejas de sexo sienten algo más… y te conozco muy bien… Y me había hecho… sin quererlo, porque he luchado contra ese sentimiento, la ilusión de disfrutar de ti al menos unos días… pero Iñaki… – y dejó la frase en el aire… ahora sí sus ojos se habían humedecido ligeramente…

Arnau alargó la mano y la puso sobre la de Joaquín. Éste intentó retirarla, pero Arnau no se lo permitió. No dejaba de mirarle a la cara, pero Joaquín tenía la mirada perdida… al final acercó su otra mano a la barbilla de él para obligarle a mirarle… vio esa humedad… vio esa tristeza… y vio ese amor…

– Quim… tenemos que… no puedo… no sé… – Arnau no encontraba las palabras – Quim, te quiero, lo sabes. Ahora estoy en una etapa que… me desborda. Cosas que creía que estaban asentadas, ahora están todas en el aire… no sé ni lo que pienso, ni lo que siento, ni si las elecciones que he hecho han sido las correctas. Ahora me encuentro en un mar de sentimientos que no sé interpretar de momento… sabes que no he sido muy bueno en esos temas nunca… Quim… te quiero… no te puedo prometer amor… no sé si sé amar a nadie… lo dudo ahora… Iñaki ha hecho que todos los pilares sobre los que estaba construyendo una estabilidad emocional, se derrumben… Quim… no he cogido el teléfono… Iñaki está ahí… tengo muchas cosas todavía en común… además de cosas en su casa, negocios juntos… no puedo apartarle así, radicalmente de mi vida… pero eso no significa que, signifique algo… que no lo sé tampoco.. dudo ahora de que nunca le haya amado… y mucho menos que él me haya amado a mí… creo que nos aprovechamos… el uno del otro… no lo sé… no sé nada… todo está confuso… – ahora fue Arnau quien bajó la mirada, y sus ojos fueron los que se humedecieron…

– Creo que vamos a llorar… nos vamos a hacer daño…

– No sé lo que pasará mañana, pero hoy… quiero estar contigo… y creo que tú quieres estar conmigo… disfrutémoslo…

– ¿Y mañana? ¿Tengo alguna esperanza de que haya un mañana?

Arnau separó su mano de la de él. Bajó la mirada. Empezó a jugar con el tenedor… las migas de pan…

– No sé… no sé mañana que será. No sé que siento. Ahora no sé ni que sentía ayer… no sé si me engañado estos años, no sé si, todo ha sido una mentira que me convenía, que nos convenía… creo que, lo único verdadero en estos años, puede que haya sido tu cariño, tu amor… al que yo nunca he querido responder… por egoísmo… porque quería tenerte ahí siempre… porque en el fondo me he apoyado en ti siempre… y nunca he creído que fuera capaz de tener una relación estable con nadie… y no quería joderla contigo… no quería que te convirtieras en cualquiera de las decenas de chicos que ha pasado por mi cama, o yo por las suyas… en un intento por mi parte de buscar algo estable… ¡¡joder!!

Arnau se levantó de repente. Se dirigió al baño. Necesitaba lavarse un poco la cara. Necesitaba estar unos instantes solo. Entró. Abrió el grifo. Agua fría. Puso sus manos bajo el chorro. Las juntó y acumuló un poco de agua. Las levantó decididamente para que el agua saliera disparada contra su cara. Repitió la misma acción varias veces. Así el agua fría mitigaba el calor de sus lágrimas. El líder, el chico que todos imitaban, envidiaban, al que todos quería follar, o siquiera que les dedicara una mirada… ese mismo… estaba ahí, en el baño de un restaurante de moda, llorando desesperado, y con su amigo, sentado en la mesa… y con su amigo al que adoraba… a punto de perderle… y esa posibilidad, le dolía… ¿por qué era todo tan difícil?

No sé dio cuenta, pero Joaquín entró en el baño. Se acercó a él mientras tenía la cabeza baja y no veía el espejo… y le rodeó la cintura con sus brazos. Pegó su cuerpo al de Arnau. Lo acopló como si fuera uno. Así le obligó a incorporarse un poco… la cara de Arnau goteaba abundante agua… Joaquín besó su cuello… Miró al espejo para encontrarse con los ojos de Arnau… “Todo está bien, Arnau” le susurró al oído, mientras le daba pequeños besos en la oreja y el cuello. “Todo saldrá bien, perdóname”

Arnau puso sus manos sobre las de Joaquín. Parecía que tuvieran una camisa de fuerza… los brazos cruzados… buscando las manos que le abrazaban… Arnau acomodó su cabeza sobre el pecho de Joaquín, empapándole… Así Joaquín aprovecho para darle un suave beso en los labios…

– ¡¡¡Maricas!!! ¡¡¡Qué asco!!!

Giraron su cara. Vieron la sombra de un hombre que salía bruscamente del baño. Arnau se quedó mirando a los ojos de Joaquín. Como si se hubieran puesto de acuerdo, soltaron los dos una carcajada. Volvieron a darse un suave beso, simplemente tocando suavemente sus labios.

– ¿Sabes quien era?

– Sí. – respondió Arnau – Era Fernando Jiménez.

– ¿El de…?

– Sí.

– ¿No era amigo…?

– De mis padres sí – acabó la frase Arnau. – Ahora seguro pregunta por el dueño para quejarse y hacer que nos echen del restaurante.

– Lo lleva claro…

Y los dos volvieron a reírse. Mirándose a los ojos. Ahora ya estaban de frente, cogidos de la mano.

– ¿Seguimos cenando?

– Vamos – contestó Arnau, arrancando sin soltar la mano de Joaquín.

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La historia completa

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Déjate besar y abrazar, todo será más bonito.

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