Archivo mensual: febrero 2010

El viento.

Estamos en plena borrasca perfecta.

Ahora mismo es de noche. Y fuera sopla el viento.

Escribía en otro blog esta mañana, algo así como que «ojala el viento se lleve nuestros malos rollos, nuestras preocupaciones, nuestros miedos». Estaría bien ¿no?

Ahora mismo la casa está en silencio. Solo un reloj suena muy bajito. Segundo a segundo. Y a mi espalda, el viento. Susurrantemente amenazador. Ahora… ahora silencio… no se escucha nada. Es casi más aterrador. Si suena, sabes que está ahí fuera. Sabes que te puede llevar, o que puede estrellar una rama en tu ventana. Cuando toma un descanso, cuando no lo escuchas, pero sabes que está ahí fuera, acechando, es cuando la incertidumbre acrecienta la sensación de vulnerabilidad.

Pero a la vez, ese sonido es relajante. No sé por qué, pero me gusta escucharlo. Como me gusta ver llover, o nevar. Ahora que me doy cuenta quizás es porque suena todo distinto. Con viento, con lluvia… ¿Os habéis dado cuenta de lo distinto que suena todo cuando nieva? ¿Cómo la nieve amortigua todos los sonidos?

Hoy es uno de esos días en que te apetecería abrazarte a tu chico, y dejar pasar el tiempo. El sonido del viento ahí fuera, tu chico entre tus brazos, o viceversa, y ya… dejar la mente en silencio.

Pero no hay chico. Y sí hay viento. Y no hay tu tía, la cabeza bulle y bulle. Como el anuncio de avecrem, chup, chup.

Pues quería recordarte que, si te dejas besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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El mejor amor.

Otra vez vengo con el cine.

Acabo de ver la película esta de San Valentín. Una de esas típicas no aptas para diabéticos.  A muchos les repateará. A mí me gustan estas películas.

Venía pensando en el coche, en cómo me gustaría que fuera mi chico. Y no lo sé. Y prefiero no saberlo.

Nos hacemos muchas ideas de como nos gustaría. Nos le imaginamos alto, o rubio, o que le guste llevar sombrero. Que le guste el fútbol, o que no le guste pescar.

La moraleja de la película viene a decir que casi siempre, tenemos a la persona que queremos muy cerca. Que es nuestro mejor amigo. Es curioso, porque «es que eres mi amigo, no puedo enamorarme de ti»,  es una de las frases, de las excusas que más escucho, para decir no a alguien.

Menos mal que esta película me ha dado la razón.

Dejaos besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

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Héroes sin cuento, o cuento sin héroes.

Hoy he visto una película: “The Road”.

Es un peliculón. Merece la pena verla.

Pero no quería hoy meditar sobre los méritos de la historia, o de cómo ha sido llevada a la pantalla, o sobre el padre y su hijo protagonistas. Quisiera pensar sobre uno de los temas que la historia lleva tras de sí.

La lucha.

Luchan los dos, padre e hijo,  por sobrevivir en un mundo hostil. El mundo se ha derrumbado. Están los que han sucumbido y hacen lo posible por sobrevivir, aún comiéndose a otras personas, o que roban y asesinan por un pard e zapatos, y los que luchan sin perder el norte. Y  luego están los que se rinden, y prefieren morir.

Siempre que veo una película con estos mimbres, me da por pensar qué sería capaz de hacer yo en lugar del protagonista. Unos días, los días en que mi imaginación está más rebosante de historias, de héroes a los que dar vida en mi cabeza, y de interpretar el papel protagonista, me siento el héroe, adorado por todos, incansable. Con una palabra amable para animar al hundido, un brazo para levantar al que se ha tropezado, un beso para consolar al afligido.

Cuando mi alma de “imaginador” de historias está menos atenta, cuando me llega el realismo, siento que no sería capaz de luchar. No sería capaz de mantener esa tensión. No creo que lo fuera, ni aunque tuviera a mi chico a mi lado, o tuviera que luchar por él. O que fuera mi hijo al que tuviera que salvar. Mucho menos si estuviera solo.

Estos pensamientos luego pueden no corresponderse con la realidad. Muchas situaciones son tan únicas que solo viviéndolas sabes de lo que eres capaz. Pero cada día me siento menos luchador. Menos héroe.

Quizás mañana recupere mi alma de imaginarme vestido de azul, cual príncipe de cuento, y despierte a mi príncipe desnudo, con un beso suave, a la vez que apasionado, mientras duerme a la espera de mi llegada. Y desde luego, a partir de ese momento, empuñaré mi espada para cruzarla con quien ose poner en peligro a mi príncipe.

Me voy a dormir. Quizás todo sea que, cuando se está cansado, se es menos héroe.

Y como siempre digo, dejaos besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

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Los desengaños.

Cuando empiezas a leer blogs personales, de los que la gente cuenta sus cosas, sus problemas, su vida, si logran engancharte, sigues sus andanzas casi como si fueran las de la persona más querida. Sientes sus padecimientos casi como si fueran los tuyos. Te dejan sin dormir si sufren y respiras aliviado si alguno de sus problemas se ha solucionado. Si lees que alguien les pega, sientes esos golpes como si te los dieran a ti. Si lees que alguien les insulta, quisieras estar a su lado para protegerles, para cogerles de la mano, para hacer que recuesten sus cabezas en tu hombro. Incluso para pegar un par de leches a quien no tiene cabeza más que para intentar pisar a los demás. Sobre todo si son distintos a la mayoría.

Eso es por lo menos lo que me pasa a mí.

En algunos casos, después de llevarte algunos desengaños, pones un límite. ¿Qué desengaños? Pueden ser variados… Por un lado, personas que conoces al fin en persona, y que compruebas que su interés por ti era completamente egoísta. Solo buscaban ese momento de ayuda, de apoyo, o ese comentario para engrosar su cuenta de comentarios. Una vez solucionado el problema, ya no eres necesario. Ni interesante.

Otra forma de desengañarte, es comprobar que las historias que has seguido, no son exactamente reales. Yo escribo relatos de ficción. Pero no digo que son mi vida. Los juegos con los relatos, con las historias de un blog, no son simplemente juegos de palabras. Si provocan sentimientos, son juegos mayores. Si te implicas, son torturas.

Al final, optas por poner un límite. Porque por muchas ganas de ayudar que tengas y apoyar a la gente que abre un blog para volcar sus sentimientos, su necesidad de afecto, de apoyo, de sentirse acompañado, menos raro, menos solo, todo tiene un límite. Y cuando a ti te sacude el alma, y no vas a poder sacar ni siquiera la más mínima alegría o compensación anímica, sino más bien al contrario, te vas a quedar tú hundido en la miseria, y todo por una mentira, si es el caso, el sentido de supervivencia te impele a dejar de implicarte, de profundizar en esas personas, de conocerlas.

Y es una pena, porque a lo mejor algunos de los que ahora lloran en un blog, podrían sentirse reconfortados por un comentario mío. Pero, ya se sabe, que a veces pagan justos por pecadores.

Porque mira que hay gays de todas las edades que están más solos que la una, que sufren, que no se quieren ni una miaja, que no se sienten bien consigo mismo. Los que tienen  blogs, y los que vagan por ellos sin siquiera atreverse a escribir un comentario anónimo. Y los que habrá que ni siquiera han descubierto los blogs, u otras formas de desahogarse.

Porque como me gusta decir a mí mucho en este blog, todo será mucho más bonito si te dejas abrazar, y besar.

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