Hacía frío…

Era noche cerrada. La calle estaba vacía.

Esperaba bajo una de las farolas de la calle. Justamente la que estaba al lado de la tienda de ultramarinos.

Hacía frío.

El hombre se subió los cuellos del abrigo. No llevaba bufanda, y seguro se estaba arrepintiendo. Metió sus manos en los bolsillos. Sacó el paquete de tabaco y eligió cuidadosamente uno de los cigarrillos. Parecía que había echado a suertes el cigarrillo que ha escogido. Lo encendió con su Zippo. Aspiró esa primera calada, como si fuera posible que esa calada le calentara el cuerpo. O al menos el espíritu.

Hacía frío. Mucho frío.

Empezó a andar con pasos muy cortos. Necesitaba mover las piernas. Los pies, empezaban a congelarse.

Miró una vez más a la casa. No había cambios. Ninguna luz, ningún signo de vida.

Dio la espalda a la casa a la vez que la última calada al cigarrillo. Tiró al suelo la colilla, y la pisó para apagarla.

Levantó la mirada al cielo en una silenciosa súplica. Implorando una respuesta a sus dudas, a sus preguntas. Un gesto. Algo que le permitiera pensar que no se había esfumado repentinamente por lo que había llorado tantas y tantas noches.

Hacía frío. Mucho frío.

Sin percatarse de ello, se había echado la niebla.

Escuchó un ruido. Una puerta cerrándose. Giró su cabeza rápidamente, y les vio. Dos chicos bajaban  las escaleras. Llevaban la cabeza tapada con gorras. Eran ellos.

Ni siquiera se dieron cuenta de que el hombre estaba en la acera de enfrente. Giraron a la izquierda, y se fueron en dirección contraria.

El hombre intentó seguirles, pero algo impedían a sus piernas empezar a andar. Intentó gritarles, llamar su atención, pero no podía. Le recordaba una película de Buñuel, “El Ángel Exterminador”. En ella, los invitados a una cena, no pueden abandonar la casa del anfitrión, sin que hubiera un impedimento físico. En este caso, el hombre de los cuellos subidos, no podía correr detrás de los chicos de la gorra. No podía llamar su atención. Algo se lo impedía. Como si estos, no le fueran a escuchar. O como de llamarles, se esfumaran en la noche. Se convirtieran en volutas de niebla.

Allí se quedó el hombre. Mientras ellos se alejaban. Intentó fijarse si se cogían de la mano, si sonreían. Pero nada pudo percibir. El hombre lloraba de desesperación. Una parte de su corazón se iba con los chicos de la gorra. Las lágrimas, la preocupación, todo lo vivido, lo sufrido, lo imaginado, lo sentido, se iban con ellos.

Ya no les veía. Se habían perdido. Los chicos de la gorra se habían perdido calle abajo,  en la noche, en la niebla. Ya no era capaz ni de imaginarles.

Hacía frío. Mucho frío. Hasta las lágrimas que sin poder evitarlo habían caído por su rostro, eran frías, casi eran hielo.

El hombre giró y se fue calle arriba. Metió sus manos en los bolsillos, y subió los hombros para intentar tener más calor. Estaba helado. Iba preguntándose si algo había merecido la pena. No encontraba una respuesta.

Hacía frío. Había niebla. Era de noche. Nadie había por la calle. Solo el hombre de los cuellos subidos.

——–

Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

2 comentarios

Archivado bajo Los chicos de la gorra, relato

2 Respuestas a “Hacía frío…

  1. ven pues… haste aqui… abrazame, esta tibio.

  2. alquimistasp

    manu está tibio, sí. Se está bien… 🙂

    déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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