Dejarse llevar.

A veces dejarse ir era una tentación demasiado fuerte. Acelerar en ese semáforo en rojo y hacer que el camión que venía por la otra carretera le arrastrara unos cientos de metros y convirtiera su BMW en un amasijo de hierros informe, y a él mismo en una papilla sanguinolenta, era tan fácil. Un segundo de decisión y todo habría pasado en un par de segundos más. Apenas habría tiempo de darse cuenta de nada. Para cuando quisiera ser consciente, todo habría acabado.

Ramiro apagó el cigarrillo en el cenicero del coche. Exhaló el humo despacio, dejando que se estrellara contra el parabrisas del coche. Azul… era azul el coche… como el humo de los cigarrillos antes de pasar por los pulmones…

Azul era su habitación. Y el traje que llevaba puesto. Y el mono que utilizaba los fines de semana para sus chapuzas. El semáforo debería ser azul… la luz para pasar azul… la vida ¿es azul?

¡Mi vida! ¿De qué color es, leches?

Dio un golpe al volante. El de atrás le pitaba insistentemente: el semáforo se había puesto verde. ¡No es azul! Pensó Ramiro.

El de atrás pitaba. De repente echó marcha atrás y le adelantó acelerando con decisión y de paso, dejando media rueda en el asfalto. A Ramiro le dio tiempo a bajar la ventanilla y saludarlo al pasar sacando su mano izquierda, con el dedo anular estirado.

Metió primera. Y aceleró despacio. El semáforo estaba cambiando otra vez a rojo. No había nadie en el cruce. Se paró en medio. Cerró los ojos.

Una campana sonaba. Venia un tren a toda velocidad. Pitaba. Y pitaba. Y pitaba. Empezó a frenar… pero Ramiro sonreía, no le daría tiempo. Calculaba que al menos un par de kilómetros serían los que tardaría en parar. Cada vez sonaba más cerca… pitaba… pitaba… seguía pitando…

Abrió los ojos de repente: tuvo tiempo de ver como el tráiler lo esquivaba y dejaba una estela de imprecaciones en un idioma indeterminado. Se miró, se palpó… como si necesitara comprobar que estaba todavía ahí, que en realidad el tráiler no se lo había llevado por delante…

No sintió alivio. Quizás un poco de lástima. Pensó que a lo mejor mañana…

Debería meditar sobre si merecía la pena algo o no. Si merecía la pena alguien… o mejor no.

Con lo fácil que es apagar la luz, todas las luces. Bajar el interruptor y ya…

Se subió la cremallera de la bragueta y dio a la bomba.

Se miró en el espejo… y se hizo una mueca de resignación.

Fue al salón y cogió el libro que estaba leyendo.

Y leyó.

Aunque a los diez minutos se quedó dormido con la luz encendida y el libro en su regazo.

Pero antes de quedarse completamente dormido, tuvo un último pensamiento: ¿Y si no despertara?

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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