Capítulo XIII: Joaquín y Arnau… o una noche para… ¿empezar?

Llevaba ya casi veinte minutos esperando.

Salió del coche. Sacó su paquete de tabaco del bolsillo de la chaqueta. Y encendió un cigarrillo. Aspiró profundamente. Saboreó el humo, mientras miraba la llama del cigarrillo.

Soltó el humo hacia arriba, siguiendo su camino con la vista. Mirándolo pero sin verlo. Se apoyó en el coche.

Miró hacia la puerta de la empresa de Arnau. “Romeo’s imagen y comunicación” rezaba un cartel modesto de metacrilato, iluminado por un foco. Recordaba como hacía menos de tres años, apenas con 20, Arnau abrió la empresa. La de nombres que barajaron… los dos en el salón de casa, con 30 ó 40 posibilidades, discutiendo las ventajas de uno y de otro, inventando eslóganes, muchos imposibles, otros divertidos. Al final, su pasión por Romeo y Julieta, venció. Romeo sería el nombre de su empresa. Invirtió el dinero que le había dejado su abuelo. Con sus padres, poderosos y adinerados, ni siquiera se hablaba. Un riesgo, sí. Pero después de arriesgarse a ser gay con los padres que tenía, ese riesgo, era ínfimo.

Arnau siempre le había sorprendido. Empezó admirándole. Tenía una fuerza y un empuje extraordinarios. Trabajaba, estudiaba, y le quedaba tiempo para leer, y para una agitada vida social… Y casi siempre todo lo hacía con una alegría innata y espontánea. Luego llegó el cariño, y finalmente el amor. Sin darse cuenta. No podría delimitar las etapas. El caso es que… ocurrió.

Pensaba en esa noche pasada. Noche de pasión, de sexo. Sonreía.

Pensaba en hoy. Esa noche. Una cena. Los dos solos. Incertidumbre. ¿Miedo?

El día había ido mal. Arnau había tenido problemas. Con Iñaki. Teo se lo contó cuando se fue, hacía ya 20 minutos.

¿Y mañana?

Joaquín estaba empezando a ponerse nervioso. Hasta llegar allí pensaba que iba a ser una bonita velada. Una cena, quizás una copa en algún Pub, o una sesión de música en directo… y después… Vivir el momento. No creía que Arnau se prendara a estas alturas de él. Y que empezaran una historia de amor. Pero sí creía que, podría vivir unos días, al menos, esa ficción. Y quizás, después de todo, cuando Arnau le rompiera el corazón, quizás, pudiera romper esa dependencia que tenía de él… de su imagen, de la idea que tenía de lo que podría ser casarse con Arnau.

Ahora, ya ni la perspectiva de una noche memorable, la segunda, estaba clara.

Tiró con furia el cigarrillo al suelo, y lo pisó con fuerza. Cerró el coche, y se encaminó hacia la puerta.

Estaba abierta.

Entró.

Sólo estaba encendida la luz de su despacho. Arnau no le oyó entrar. Se fue acercando. Se apoyó en el quicio de la puerta. Y como la noche anterior en el parque, se quedó mirándolo.

Hoy otra vez, estaba lloroso. Derrotado. Estaba girado mirando, sin ver, un hermoso cuadro de un desnudo masculino. Era de Mayte. Se lo regaló cuando inauguró la oficina donde estaban ahora.

Parecía 10 años más viejo que esa mañana. No pudo evitar sentir dolor. No podía evitar recordar los innumerables momentos en que Arnau tiró de él. Aunque él mismo tuviera problemas. Pero siempre estaba para animarlo y empujarlo. Y verlo así, como nunca lo había visto… no pudo evitar que una lágrima se escapara por sus ojos.

Se acercó sin hacer ruido. Por detrás de la silla. Por encima de la silla, le rodeó su cuello. Bajó la cabeza y le dio un suave beso en la cabeza, sobre esa cuidadosamente despeinada maraña de pelo con mechas rubias. Arnau puso su mano sobre las suyas.

– Todo se derrumba Quim…

Dio la vuelta a la silla y se enfrentó a él. Le agarró de las manos y tiró de él para levantarlo. Le dio un suave beso en los labios. Se quedó mirándolo a los ojos. Ojos sin esperanza, casi sin vida. Ojos llenos de tristeza, de lágrimas.

– Ven… siéntate conmigo ahí, en el suelo

Y tiró con suavidad de él, hasta una esquina. Se sentó apoyado en la pared, y le obligó a sentarse entre sus piernas, apoyando su espalda en su pecho. Le rodeo con sus brazos, con suavidad, pero a la vez con fuerza.

– Todo saldrá bien – susurró en sus oídos.

Arnau apoyó sus manos en las de Quim. Y recostó su cabeza hacia atrás. Empezó a sentirse mejor. A no sentirse solo.

– Sabes, creo que, no sé, cómo podré pagar el alquiler de mi parte el próximo mes.

– Ahora gano dinero. ¿Lo sabías? – le mordió la oreja.

– ¿Me mantendrás?

– Tú me has ayudado antes. Ahora me toca a mí.

– No puedo prometerte nada.

– No te he pedido nada.

– Pero deseas muchas cosas, que no sé si sabré… o podré darte… por lo menos ahora…

– Soy de buen conformar.

– Eres de buen llorar en la soledad de tu habitación.

Quim se quedó pensando. Imperceptiblemente, sonrió. Por lo menos, supo que, Arnau siempre se había enterado de lo que le pasaba. Y que le conocía mucho mejor de lo que él se imaginaba. Y que se lo había callado. Eso no le gustaba tanto.

– No te he pedido nada – repitió Quim.

– Te quiero, ¿lo sabes?

– Sí. Y yo te amo.

– Ahora dudo de saber que significa esa palabra.

– Intentaré que lo descubras.

Arnau, suspiró. Y se rió. Una risa triste.

– ¿De qué te ríes?

– Un día, hace un par de años, estábamos así. Pero al revés. Te echaron del gabinete aquél… ¿te acuerdas?

– Era un trabajo de mierda.

– Pero te afectó.

– Nunca me habían echado de esa forma de ningún sitio. Siempre he tenido que trabajar para poder estudiar. En muchos sitios. Pero nunca me hicieron lo que me hicieron allí, y menos de esa forma. Y me jodió – Joaquín endureció su tono sin darse cuenta, ese momento de su vida todavía removía cosas dentro de él.

– Te derrumbaste. Cuando llegué a casa, estabas sentado en el suelo del salón, con todos los almohadones en el suelo.

– Estaba derrotado, pero tampoco era para estar incómodo… – y soltó una carcajada.

– Y me senté detrás de ti, como tú estás ahora. Estuvimos mucho tiempo así.

– Se estaba bien.

– ¿Era yo más cómodo que los almohadones?

– Mucho más. Y eso que estabas en los huesos.

– ¿Ya me amabas?

Joaquín se quedó pensando que responder. Le sorprendió la pregunta. Hoy Arnau estaba directo con sus apreciaciones. Normalmente era todo lo contrario.

– No sé cuando me enamoré de ti. Lo estaba pensando antes. No soy capaz de separar las etapas. Pero en ese momento sí. Empezabas a salir con Iñaki.

– Y llorabas todos los días en tu habitación cuando Iñaki dormía conmigo.

Arnau puso una mueca. Una media sonrisa triste apareció en sus labios.

– Llorar no es la palabra. Me desesperaba.

– Algún día te oí llorar.

– Habrá que insonorizar las paredes… – Joaquín se echó a reír con ganas.

– ¿Sabes lo que me dijiste cuando estábamos así, pero al revés, en el salón?

– No se a que te refieres. Creo que hablamos al final de muchas cosas.

– Me dijiste algo así… “lo que no soporto es que un criajo de 21 años me esté secando las lágrimas y limpiándome los mocos… ¡¡tengo 25!! Y soy una mierda al lado tuyo”

Otra vez Joaquín se echó a reír. No recordaba esa frase. Pero el tono en que la dijo Arnau, imitando su forma de hablar, seguro que la tuvo que decir.

– Y hoy, me has devuelto la pelota – siguió Arnau.

– Por una vez que yo soy el teóricamente fuerte…

– No te puedo prometer nada…

– No te he pedido nada…

Y de repente, Joaquín se levantó.

– Salvo que nos vayamos de una puta vez a cenar. ¡¡Vamos!! Levanta ese maravilloso culo por el que suspiro desde hace años y vamos a cenar.

– ¡Siempre pensando en lo mismo!

– ¿En qué?

– En mi culo… jajajajajajaja.

– Serás… – y sin dejar que acabara lo que iba a decir, Arnau le dio un golpe con el codo, suave, en el estómago.

– ¡Cabrón!

Y los dos empezaron un juego de niños, persiguiéndose alrededor de la mesa. Los dos se reían. Al final Joaquín consiguió atrapar a Arnau. Le abrazó y le pegó a su cuerpo. Se quedaron mirándose a los ojos. Sonrieron. Y Arnau le dio un beso.

– Gracias

Joaquín se quedó mirándolo a los ojos. Había tristeza todavía en ellos.

De repente, se separó de Arnau. Se fue al perchero y cogió la bandolera y la chaqueta de Arnau. Se la lanzó por encima de la silla.

– ¡Vamos! Luego, en casa – y puso una mirada picarona – te contesto a eso.

– Y ¿si vamos directamente a casa?

– ¿Y renunciar a la maravillosa cena que he encargado? ¡Ni lo sueñes! Menos mal que era yo el que “solo pensaba en el sexo” – dicho esto último en un tono de noñería insultante casi.

– Vamos, vamos – se rindió Arnau – Pero por lo menos, apaga la luz.

– Siempre mandando.

– ¡Soy el jefe!

– ¡Ja! Eso ya lo veremos. En casa hoy te toca hacer de perrito.

– ¿De perrito?

– Guau, guau – ladró Joaquín – ¿No era una de tus fantasías?

– ¿Hemos hablado de eso alguna vez? – dijo sorprendido Arnau.

– El alcohol es malo – le contestó Joaquín, guiñándole un ojo.

– Ni puta idea – dijo Arnau con una media sonrisa resignada.

– Yo sí – volvió a guiñar el ojo – Pero no lo niegas.

– Es cierto. No lo puedo negar.

– Menos mal… – y soltó una carcajada.

– ¿Lo jugamos a los gatos?

– Mientras cenamos.

– El que pierda, va a cuatro patas en casa durante toda la noche. Desnudo.

– Guay. Me va a encantar verte mover los mofletes de ese culito que me vuelve loco por toda la casa.

– Será tu culo el que se mueva – dándole una suave palmada en la espalda.

Y diciendo esto, llegaron a la calle. Arnau, cerró al puerta, mientras Joaquín abría y arrancaba el coche.

Arnau entró en el coche.

Sonó su teléfono.

Al sacarlo de la funda de su cinturón se cayó en el lado de Joaquín. Éste lo cogió y miró la pantalla.

Se lo pasó a Arnau.

Era Iñaki.

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La historia completa

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Déjate besar y abrazar, todo será más bonito.

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Tuve un e-mail.

Ayer abrí un correo electrónico.

Muchas veces me pregunto si saber es mejor que no saber, o viceversa. Recuerdo un debate en el colegio sobre las mentiras piadosas. O los silencios piadosos.

El correo iba sobre una crítica literaria. De una novela.

Me pregunto a veces por qué, cuando se hace una crítica de algo, hay que ser destructivo.

Te presentas a un premio y la verdad, aunque tengas una remota ilusión por ganar, en realidad sabes que no es así. Seamos sinceros, los premios suelen estar dados. Suelen ganarlos personas que se mueven en un determinado ambiente, con amigos, y con una posición que es apropiada para mover a mucha gente a comprarlo. Periodistas que trabajan en «Sálvame», por ejemplo. ¿Hay necesidad de justificar el premio concedido destruyendo al resto de los participantes?

En esa crítica, no he visto nada positivo. He visto sarcasmo. Y he visto un tono de superioridad. Otra vez Dios hecho hombre.

Leí la reseña, y me dije: oye pues he escrito algo interesante. Leí la crítica posterior, y pensé: Mejor a partir de ahora me dedico a leer. Y a hacer crítica.

Esto es un pronto posiblemente. Seguiré escribiendo, aunque eso sí, más relajado. No estoy preparado para entrar en ese mundo. Nunca voy a vivir de mi escritura, así que no tengo tampoco por qué llevarme estos berrinches.

Llevo pensando una respuesta adecuada al correo.

«Gracias por enviarme esta maravillosa crítica. Aprenderé mucho de ella».

«El que ha leído la novela no ha entendido nada. Me pregunto… ¿sabe leer? «.

«Mi novela es un manjar que no está hecho para que la coman los cerdos».

«Después de esta crítica, creo que me dedicaré a partir caras de jurados de premios».

«Muchas gracias por el detalle de enviarme la reseña. ¿No hay nada bueno en mi novela? ¿Me darías el nombre y la dirección del que la ha escrito para partirle las piernas?»

O quizás lo mejor sea:

«Muchas gracias. Espero que la siguiente novela os gusta más. Será la crónica de una orgía».

Hay la creencia de que para que una novela de tema gay tenga éxito, debe tener sexo. Mucho sexo. Incluso algunos creen que debe ir de polvo en polvo. ¿Será verdad? Eso es que follamos poco, claro. Y pensar que hay algunos por ahí, intentando convencer al mundo de que los homosexuales follamos a todas horas…

Otra contestación al e-mail:

«Muchas gracias por enviarme la reseña. ¿Le transmitiríais al que la ha hecho mi eterno agradecimiento, con una patada en los huevos? Pero con fuerza, que no se diga que los maricones no tienen fuerza.»

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito. Menos si eres el de la crítica. ¡Al paredón contigo! Será frígido el tío… y menopáusico…

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Una sonrisa y una caja.

Te miras en el espejo, y ves tristeza. Quieres parecerte atractivo, pero esa nube que enturbia tu mirada lo impide. Quieres parecer atractivo a los demás, pero… si no lo eres para ti, ¿cómo lo vas a conseguir con los demás?

Te pones una máscara. Total tu amiga Jimena lo hace. Y Rosa. Y Pepe. Y Joaquín. Todos lo hacen.  Y lo mejor de todo es que cuela: Todo el mundo se cree que Jimena es feliz con su marido, que Joaquín es un chico con mucho ego, seguro de sí mismo, que Pepe ama a su novio Felipe, y que Rosa, no necesita a nadie a su lado.

Todos mienten, y Tú lo sabes. Pero los demás tragan.

Así que decides pintarte una sonrisa en tu cara. La primera impresión es que es una sonrisa de payaso. Intentas mejorarla. Estás jodido, sí. Pero eso no le importa a nadie. total, nadie te escucha. Y si lo hacen, quieren solucionarte el problema… y claro, como no saben meterse en tu piel, no son capaces de decir nada coherente. Tú solo quieres que te escuchen. Y Fermín dice que sabe escuchar, e Isabel también lo dice… pero es mentira, tú lo sabes, pero ellos… es otra de sus máscaras.

Así que mira, al final decides ponerte una caja, y pintar una sonrisa. Te miras otra vez en el espejo. Y al cabo de un tiempo, acabas por creerte la línea curva, abierta hacia arriba, que has pintado con un rotulador. será porque no ves tu mirada, que te delataría.

Y sabes, piensas, ya empiezas a creértelo tú mismo, te quitas la caja, y copias.

Sonríes. Es la misma sonrisa de la caja.

Es mentira, tú lo sabes. Pero los demás, ni puta idea. Y encima, serán felices al verte así.

Y yo lo he contado, pero como nadie lo va a leer, sabes, nadie se enterará. Porque sabes, Fernando, en realidad, nadie sabe leer. Aunque lean a Poe.

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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Nadar contra corriente.

Ir contra-corriente es cansado. Estamos en una sociedad en la que se prima que los iguales se junten. Si eres joven, debes estar con los jóvenes. Si eres viejo, con los viejos. Si eres gay, se supone que los que van contigo lo son también. Y si va una mujer, o es tu mariliendres, o es lesbiana. Los musulmanes con los musulmanes. Los del PP, con los del PP, y los del partido de enfrente, con sus correligionarios.

Quizás es un poco la expresión más clara de que lo diferente nos asusta.  Por eso si nos encontramos con una persona que tiene la movilidad reducida y se mueve en una silla de ruedas, no sabemos como tratarla, y la evitamos. O si es ciega, lo mismo. Por eso hay ese rechazo contra los gays en muchos círculos, porque no saben como somos, y se creen esas historias que algunos inventan en su misma situación, para justificar ese rechazo, y que convierten a las personas que aman a los de su mismo sexo, en una especie de depravados, que van violando a cualquiera por la calle, sobre todo si son niños.

Soy lento de reacciones. O quizás espero a tener un rato de tranquilidad para dejar que las cosas se mareen un rato en la lavadora de mi cabeza. Luego llega la hora del centrifugado, y… reaccionas.

Y te cabreas.

Y tienes ganas de mandar a todo y a todos a la mierda. Mi alter ego habla de meterse a anacoreta. Y es una posibilidad que cada vez tengo más en mi agenda.

Si tienes una edad, y algunos de tus amigos, tienen unos años menos, eres raro. Pasas a ser como una especie de apestado. Hace un tiempo, un amigo me iba a presentar a su novio. Me decía como si no quería la cosa, que no le hacía mucha gracia a su novio, porque eso de que yo tuviera unos años más, no le gustaba. Que no iba a caerme bien. O yo a él. Bueno… eso me dio la pista de que en realidad yo ya no le caía bien, sin conocerme. Me ha pasado algo parecido otra vez, con otro amigo. Al final tampoco lo he conocido. Y por alguna palabra suelta, por una conversación oída por casualidad, quizás el problema es que me consideraba como un rival, porque ya se sabe que los que tenemos unos años, babeamos por todos los hombres, y queremos follarles. Porque esa es la única justificación a ese tipo de relación de amistad: el interés del mayor por follar al joven. Menos mal que los gays presumimos de ser abiertos de mente, modernos, y demás. Y la carencia de esos principios, es lo que achacamos a los que nos atacan. Somos consecuentes, vamos.

Y es que me he cansado de ser un viejo baboso y verde. Estoy cansado de ir contra-corriente. Me he dado cuenta de que, he conocido a mucha gente agradable e interesante, pero… no merece la pena. Estoy más tranquilo estando en casa, saliendo con mis iguales para charlar de sus hijos, y ver el festival de Eurovisión. Porque ya se sabe que a los gays nos pirra el festival de Eurovisión. Porque estar en situaciones en las que te crean complejos que no tienes, y poner en situaciones incómodas a los amigos, de tener que dar explicaciones y demás… nada, nada… a ver Eurovisión. O en todo caso, a Madonna cantar. Huy no, a mi me corresponde Barbra Streisand.

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

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Preguntas. Motivos para compartir un café.

Hay preguntas que me sorprenden.

Motivos para compartir un café.

Yo no necesito ninguno. Solo querer charlar con alguien. Mirarle a los ojos. Reír juntos. Entornar los ojos azorado, cuando te dicen una cosa bonita. Intentar que él se sienta importante al sentirse escuchado.

Imaginemos una escena. Tú y yo, frente a frente. Dos tazas: cortado para mí, el tuyo… ¿Cómo te gusta? Dar vueltas al café. Relajarnos. Tú me cuentas, yo escucho. Yo te cuento, tú me miras.

¿Hace cuanto no pasas un rato agradable compartiendo un café con un amigo? ¿Con ese chico que te gusta?

Pues no sé a qué estás esperando.

No hace falta nada. Solo querer compartir un rato con alguien al que quieres de alguna forma. O al que quieres querer.

Y no te olvides, al llegar, o al despedirte, de dejarte besar y abrazar, porque todo será mucho más bonito.

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Nada (5) – Andrés

Eran las 10 y un poco.

– Hasta mañana.

– Adiós, adiós – contestó Andrés girándose apenas para despedirse de Eulalia, una de sus compañeras.

Andrés se quedó mirando como Eulalia se alejaba. Otros iban saliendo. Unos saludaban, otros no lo veían, y algunos ni siquiera querían verlo.

Respiró hondo. Se subió la cremallera de la cazadora, y se echó hacia atrás su media melena. Se metió las manos en el bolsillo, y empezó a caminar hacia la parada del autobús.

– ¡Hola! ¿Qué tal?

La conductora ni siquiera lo miró.

Andrés dejó que su sonrisa se enfriara sola, se encogió de hombros, y buscó un sitio en dónde sentarse. Sacó el libro que llevaba en la mochila, y lo abrió.

«Crimen y castigo».

Empezó a leer, paro apenas pasó de la primera línea.  La leyó y releyó unas cuantas veces. Pero era incapaz de recordar ni una sola palabra.

Levantó la mirada y observó a la conductora. Parecía enfadada con el mundo. Como él, solo que no lo demostraba como ella.

De repente se acordó. Sacó un papel del bolsillo de la camisa. No sabía por qué, pero había apuntado el teléfono de Germán Mariscal, el hombre al que le había repetido la oferta al menos tres veces. Pasó varias veces el dedo gordo por encima de los números azules.

Guardó otra vez el papel en el bolsillo.

Abrió el libro. Pero aunque la mujer que estaba sentada a su lado hubiera jurado que leía atentamente, él solo soñaba.

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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… una botella de agua.

El salón estaba a oscuras.

Jaime encendió la lámpara de una de las mesas, al lado del tresillo. Esa tenue luz bastó para darse cuenta de que seguía teniendo unas ganas irrefrenables de pegar un puñetazo en la pared.

Se levantó trabajosamente de la butaca en la que calculaba el que llevaba sentado ya un par de horas. Miró el reloj de pared, y vio las 3 de la mañana.

Intentó articular alguna palabra, pero comprobó que tenía la boca pastosa y seca.

Fue hacia la cocina.

Cogió la botella de agua del frigorífico, y bebió un gran trago. Sin ser consciente de ello, volvió al salón.

Al llegar a la puerta, se paró. Miró alrededor, y se sintió extraño. Era como si no lo hubiera visto nunca, como si no fuera su salón. Descubrió el equipo de música, los altavoces colgados encima del mueble, los libros, la vitrina con las figuras de porcelana, y las de cristal de Swaroski. Vio la butaca de la que hacía unos minutos se había levantado, y el tresillo coronado por dos cuadros.

Vio la mesa baja de mármol.

Vio la lámpara que colgaba del techo y que estaba estropeada, y ningún electricista quería venir a arreglar.

Se llevó la botella a la boca, y bebió. Saboreó el último trago de agua.

Seguía mirando el salón, sin fijar la vista en nada en concreto.

Se giró un poco, despacio. Y de repente, aceleró el giro de la cintura, pero en sentido contrario, hasta que soltó la botella, estrellándola contra la pared de enfrente. Contra la vitrina.

El ruido fue ensordecedor.

Tres y diez de la madrugada.

Sin tregua, Jaime levantó la butaca que tenía a su lado, y la volcó sobre la mesa de mármol. Se volvió al otro lado, y volcó la otra butaca sobre la mesa de cristal y su lámpara. Ésta cayó al suelo, enfocando su pobre luz hacia el suelo.

Jaime jadeaba.

Cuando consiguió controlar su respiración, intentó encontrar la paz que buscaba desde hacía días dentro de sí. Pero solo encontró casi la misma ira que hacía unos instantes. Quizás era mejor opción la del puñetazo en la pared, pero pensó que, a lo mejor solo se rompía la mano, y con toda probabilidad, la ira interna crecería.

Se acercó a la lámpara que apuntaba al suelo, y la apagó. y decidió irse a la cama. Quizás a la mañana siguiente, la ira se habría mitigado. Aunque posiblemente solo fuera una ilusión, y aunque agazapada, estaría ahí, en sus entrañas.  Y seguiría dándole vueltas a la forma de hacerla desaparecer. pero no llegaría a ninguna respuesta, como cada día de los últimos 4 años. Y la bola seguiría creciendo… hasta que algún día, quizás su corazón, quizás su cerebro, quizás su espíritu se quebrara, y todo dejaría de tener sentido.

Jaime bajó la cabeza y lloró. De rabia, de impotencia, de vergüenza. Y a tientas, se fue a dormir.

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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Vuelvo a tomar café con la señora del cuadro.

El otro día estaba con unos amigos. Hablando de esto, de lo otro, de este blog, del otro, de la vida, del sol… caí en la cuenta de que hacía tiempo que no tomaba café con mi amiga la del cuadro. He perdido sin quererlo, una de las esencias de este blog.

Hoy, es un buen momento para parar, y tomar un café. Encender un cigarrillo, y dejar que el humo ascienda hasta diluirse en la nada. Y perderse en esa misma nada.

También el otro día, buscando una música adecuada para acompañar nuestro deambular por una de esas carreteras estrechas que pululan nuestros campos, salió un disco al que nadie prestó atención. Una banda sonora. Y vino a mi cabeza, una canción que siempre me gustó. Y como no, la pongo en el reproductor, para acompañar este regreso a las esencias, a los orígenes.

Una gotina de leche. Una poca más. Así. El color del café es el que me gusta.

Mi sillón orejero.

Un puff, y mis piernas cruzadas sobre él.

Un cenicero en el reposabrazos. Un cigarrillo en la comisura de mis labios, caído hacia la izquierda, o la derecha, dependiendo del punto de vista. Un chasquido del mechero… y la primera bocanada de humo hacia la nada.

Y la señora del cuadro, mirándome. Impertérrita, como siempre.

Mi cabeza no se centra hoy. Divaga, como el tiempo en primavera. La lluvia cae fuera, acompañada de truenos y relámpagos. La radio aburre con partidos de fútbol repetidos. Mis ojos se entornan buscando un motivo para sonreír de verdad. Un algo de esperanza, o de ilusión. Un beso, o un abrazo. Una idea a la que asirse, para divagar con tino y no parecer un alma en pena. Un paisaje relajante, algo que traer a mi cabeza. Pero nada. Nada.

Doy vueltas al café. Un sorbo. Una mirada a la señora del cuadro. Otro sorbo. Una calada. Esa columna de humo que va buscando a la otra, y que esperaré emboscada a la que siga. Unos golpes en el techo, alguien que hace pequeñas chapuzas en su casa, o grandes.

Eso es quizás lo que deba hacer. Chapuzas en mi casa. No en una casa con paredes, y techo, y camas, y cuadros de señoras que me miran mientras tomo café. Chapuzas en mi casa íntima, en mi cuerpo, en mi mente. Coger un martillo, una paleta, y tirar y volver a levantar muros. Alisarlos con cemento, y luego pintarlos en un tono bello, hermoso, alegre, dicharachero, con vida, con alma. Alejarse unos metros, y verlo en la distancia. Y poder decir: ¡Joder, tío, que bien te ha quedado! Y sonreír, y salir al balcón y gritar: ¡EHHHHHHHHHH, enteraros, hay vida nueva en esta casa! Dejar que las palabras mal-lanzadas pasen sin hacer mella. Dejar que los sentimientos de abatimiento se pierdan en las cloacas de la indiferencia. Olvidar que alguna vez necesité que me amaran, una vez que compruebo que nadie me amará, y dejar de esperar, de mirar, apagar los teléfonos… ¿Para qué? Eso mata, esperar un algo, un alguien que nunca llegará. Soñar con vidas alternativas, vidas que se quedarán en la imaginación, o como mucho, en algún papel medio emborronado y mal escrito, que publicaré en un blog de mierda.

Un sorbo.

Otra calada.

Eso quizás sea lo mejor: derrumbar los muros de las ensoñaciones, de la imaginación, y pisar tierra firme. Dejar de buscar algo en sitios más o menos distantes, y conformarse con lo que toca, aquí, cerca, donde toca, en el salón, con la señora del cuadro. Quizás deba dejar que vuelen los chicos de la gorra, o Germán, o Andrés, o Joan, o Ricardo, o cualesquiera de mis personajes… que vuelen al son del humo de mi cigarrillo y se pierdan en la nada…

Un trueno rompe el silencio. Hace tiempo que la canción dejó de sonar, pero no me apetece que vuelva a soñar.

El niño de la película se reinventa. Sobrevive, cambia. Se adapta. Pero yo no tengo el impulso necesario para ello.

Apago el cigarrillo.

Cierro los ojos.

E intento perderme en la nada. Miento… ya estoy en la nada.

Al menos he vuelto al origen de este blog. A tomar café. Hoy, con la señora del cuadro. Mañana quizás lo tome contigo.

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Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

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Nada (4) – Germán.

Se entretuvo unos minutos en imaginar cómo sería Andrés González, de Iberdrola.

Sonriente. Agradable, parlanchín. Guapo. Esa voz era de un chico guapo. No muy alto.

¿Rubio o pelo negro? Castaño…

Se imaginaba esperándolo a la salida de su trabajo, para tomar una cerveza. ¿Un apretón de manos o dos besos?

Se imaginaba en un sitio tranquilo, tomando un mojito, y hablando. Andrés González de Iberdrola se reiría de sus ocurrencias. Porque él era muy ocurrente. Solo que no tenía quién se riera de ellas.

Se levantó de la butaca. Encendió la luz de la mesita.

Un trueno. Se giró y miró por el ventanal del salón. Empezaba a llover.

Se acercó al ordenador. Miró su Tuenti, su Facebook, su mail.

Nada.

Fue a la nevera. La abrió… nada.

Volvió al salón, y se sentó en una butaca, mirando hacia el ventanal. Jarreaba.

Miró el móvil: estaba encendido.

Un relámpago, y un trueno seguido.

– Ese ha caído cerca – dijo en voz alta.

Sonrió. Eso le decía siempre su madre.

Apagó la luz, y se quedó mirando los juegos que hacía el agua con la luz de las farolas de la calle.

Solo se escuchaba el agua. Nada más.

Quizás su tristeza.

Su soledad.

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Historias y nervios.

Ayer por la noche, me senté a escribir. Era ya tarde.

Abrí la ventana.

Todo estaba en silencio, salvo cuando pasaba un coche por la calle. Era un ambiente estupendo para escribir, para relajarse.

Esta mañana me levantado alterado. No había causa, o quizás sí, no lo sé. He estado toda la mañana así. Como si me fuera a presentar a un examen. Nervioso, alterado. Nada conseguía relajarme.

Y no ha pasado nada. No ha sido una premonición de un hecho estupendo que me hubiera cambiado la vida, ni me ha tocado la primitiva, ni me han anunciado la publicación de un libro firmado por mí. Ni me ha escrito mi admirador secreto. ¿Tendré un admirador secreto? ¡Bah!, no creo.

A veces me imagino que alguien le ama en silencio. Y un día se decide, y se declara. Historia de comedia romántica. Son bonitas las comedias románticas. Algunos dicen que a veces pasan en la realidad. Quizás sean los que escriben esas historias.

Lástima que últimamente tenga como una cuerda que ata mis manos cuando pienso en cosas para escribir. Ayer, escribiendo ese post para otro sitio, se me han ocurrido como 4 historias para escribir. Es igual de malo tener muchas, o no tener ninguna. Los chicos de la gorra se me aparecen mucho últimamente. Creo que deberé dar salida a esa historia, para exorcizarla. Lo malo es que será larga.

Puede que una noche de estas, con la ventana abierta, con el sonido quedo que llega de la calle, apague todo contacto del ordenador con el exterior, y me ponga a ello.

Debo pensar también si volver a abrir ese blog que me han vuelto a cerrar. Por un lado, no me apetece volver a empezar. Ni siquiera retomar el tema en esa copia de seguridad que tengo por ahí, eso sí, sin los últimos meses. Pero es que por otro lado, me fastidia que a las bravas, vuelvan a cerrar el blog. Lo malo es que, si no he tenido nunca mucho espíritu de lucha, ahora lo tengo desaparecido.

Y después de estos pensamientos dispersos y sin mucho sentido, y esperando que mi ensoñado admirador secreto se decida a escribirme o llamarme o lo que sea, solo queda deciros que:

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

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