Llevaba ya casi veinte minutos esperando.
Salió del coche. Sacó su paquete de tabaco del bolsillo de la chaqueta. Y encendió un cigarrillo. Aspiró profundamente. Saboreó el humo, mientras miraba la llama del cigarrillo.
Soltó el humo hacia arriba, siguiendo su camino con la vista. Mirándolo pero sin verlo. Se apoyó en el coche.
Miró hacia la puerta de la empresa de Arnau. “Romeo’s imagen y comunicación” rezaba un cartel modesto de metacrilato, iluminado por un foco. Recordaba como hacía menos de tres años, apenas con 20, Arnau abrió la empresa. La de nombres que barajaron… los dos en el salón de casa, con 30 ó 40 posibilidades, discutiendo las ventajas de uno y de otro, inventando eslóganes, muchos imposibles, otros divertidos. Al final, su pasión por Romeo y Julieta, venció. Romeo sería el nombre de su empresa. Invirtió el dinero que le había dejado su abuelo. Con sus padres, poderosos y adinerados, ni siquiera se hablaba. Un riesgo, sí. Pero después de arriesgarse a ser gay con los padres que tenía, ese riesgo, era ínfimo.
Arnau siempre le había sorprendido. Empezó admirándole. Tenía una fuerza y un empuje extraordinarios. Trabajaba, estudiaba, y le quedaba tiempo para leer, y para una agitada vida social… Y casi siempre todo lo hacía con una alegría innata y espontánea. Luego llegó el cariño, y finalmente el amor. Sin darse cuenta. No podría delimitar las etapas. El caso es que… ocurrió.
Pensaba en esa noche pasada. Noche de pasión, de sexo. Sonreía.
Pensaba en hoy. Esa noche. Una cena. Los dos solos. Incertidumbre. ¿Miedo?
El día había ido mal. Arnau había tenido problemas. Con Iñaki. Teo se lo contó cuando se fue, hacía ya 20 minutos.
¿Y mañana?
Joaquín estaba empezando a ponerse nervioso. Hasta llegar allí pensaba que iba a ser una bonita velada. Una cena, quizás una copa en algún Pub, o una sesión de música en directo… y después… Vivir el momento. No creía que Arnau se prendara a estas alturas de él. Y que empezaran una historia de amor. Pero sí creía que, podría vivir unos días, al menos, esa ficción. Y quizás, después de todo, cuando Arnau le rompiera el corazón, quizás, pudiera romper esa dependencia que tenía de él… de su imagen, de la idea que tenía de lo que podría ser casarse con Arnau.
Ahora, ya ni la perspectiva de una noche memorable, la segunda, estaba clara.
Tiró con furia el cigarrillo al suelo, y lo pisó con fuerza. Cerró el coche, y se encaminó hacia la puerta.
Estaba abierta.
Entró.
Sólo estaba encendida la luz de su despacho. Arnau no le oyó entrar. Se fue acercando. Se apoyó en el quicio de la puerta. Y como la noche anterior en el parque, se quedó mirándolo.
Hoy otra vez, estaba lloroso. Derrotado. Estaba girado mirando, sin ver, un hermoso cuadro de un desnudo masculino. Era de Mayte. Se lo regaló cuando inauguró la oficina donde estaban ahora.
Parecía 10 años más viejo que esa mañana. No pudo evitar sentir dolor. No podía evitar recordar los innumerables momentos en que Arnau tiró de él. Aunque él mismo tuviera problemas. Pero siempre estaba para animarlo y empujarlo. Y verlo así, como nunca lo había visto… no pudo evitar que una lágrima se escapara por sus ojos.
Se acercó sin hacer ruido. Por detrás de la silla. Por encima de la silla, le rodeó su cuello. Bajó la cabeza y le dio un suave beso en la cabeza, sobre esa cuidadosamente despeinada maraña de pelo con mechas rubias. Arnau puso su mano sobre las suyas.
– Todo se derrumba Quim…
Dio la vuelta a la silla y se enfrentó a él. Le agarró de las manos y tiró de él para levantarlo. Le dio un suave beso en los labios. Se quedó mirándolo a los ojos. Ojos sin esperanza, casi sin vida. Ojos llenos de tristeza, de lágrimas.
– Ven… siéntate conmigo ahí, en el suelo
Y tiró con suavidad de él, hasta una esquina. Se sentó apoyado en la pared, y le obligó a sentarse entre sus piernas, apoyando su espalda en su pecho. Le rodeo con sus brazos, con suavidad, pero a la vez con fuerza.
– Todo saldrá bien – susurró en sus oídos.
Arnau apoyó sus manos en las de Quim. Y recostó su cabeza hacia atrás. Empezó a sentirse mejor. A no sentirse solo.
– Sabes, creo que, no sé, cómo podré pagar el alquiler de mi parte el próximo mes.
– Ahora gano dinero. ¿Lo sabías? – le mordió la oreja.
– ¿Me mantendrás?
– Tú me has ayudado antes. Ahora me toca a mí.
– No puedo prometerte nada.
– No te he pedido nada.
– Pero deseas muchas cosas, que no sé si sabré… o podré darte… por lo menos ahora…
– Soy de buen conformar.
– Eres de buen llorar en la soledad de tu habitación.
Quim se quedó pensando. Imperceptiblemente, sonrió. Por lo menos, supo que, Arnau siempre se había enterado de lo que le pasaba. Y que le conocía mucho mejor de lo que él se imaginaba. Y que se lo había callado. Eso no le gustaba tanto.
– No te he pedido nada – repitió Quim.
– Te quiero, ¿lo sabes?
– Sí. Y yo te amo.
– Ahora dudo de saber que significa esa palabra.
– Intentaré que lo descubras.
Arnau, suspiró. Y se rió. Una risa triste.
– ¿De qué te ríes?
– Un día, hace un par de años, estábamos así. Pero al revés. Te echaron del gabinete aquél… ¿te acuerdas?
– Era un trabajo de mierda.
– Pero te afectó.
– Nunca me habían echado de esa forma de ningún sitio. Siempre he tenido que trabajar para poder estudiar. En muchos sitios. Pero nunca me hicieron lo que me hicieron allí, y menos de esa forma. Y me jodió – Joaquín endureció su tono sin darse cuenta, ese momento de su vida todavía removía cosas dentro de él.
– Te derrumbaste. Cuando llegué a casa, estabas sentado en el suelo del salón, con todos los almohadones en el suelo.
– Estaba derrotado, pero tampoco era para estar incómodo… – y soltó una carcajada.
– Y me senté detrás de ti, como tú estás ahora. Estuvimos mucho tiempo así.
– Se estaba bien.
– ¿Era yo más cómodo que los almohadones?
– Mucho más. Y eso que estabas en los huesos.
– ¿Ya me amabas?
Joaquín se quedó pensando que responder. Le sorprendió la pregunta. Hoy Arnau estaba directo con sus apreciaciones. Normalmente era todo lo contrario.
– No sé cuando me enamoré de ti. Lo estaba pensando antes. No soy capaz de separar las etapas. Pero en ese momento sí. Empezabas a salir con Iñaki.
– Y llorabas todos los días en tu habitación cuando Iñaki dormía conmigo.
Arnau puso una mueca. Una media sonrisa triste apareció en sus labios.
– Llorar no es la palabra. Me desesperaba.
– Algún día te oí llorar.
– Habrá que insonorizar las paredes… – Joaquín se echó a reír con ganas.
– ¿Sabes lo que me dijiste cuando estábamos así, pero al revés, en el salón?
– No se a que te refieres. Creo que hablamos al final de muchas cosas.
– Me dijiste algo así… “lo que no soporto es que un criajo de 21 años me esté secando las lágrimas y limpiándome los mocos… ¡¡tengo 25!! Y soy una mierda al lado tuyo”
Otra vez Joaquín se echó a reír. No recordaba esa frase. Pero el tono en que la dijo Arnau, imitando su forma de hablar, seguro que la tuvo que decir.
– Y hoy, me has devuelto la pelota – siguió Arnau.
– Por una vez que yo soy el teóricamente fuerte…
– No te puedo prometer nada…
– No te he pedido nada…
Y de repente, Joaquín se levantó.
– Salvo que nos vayamos de una puta vez a cenar. ¡¡Vamos!! Levanta ese maravilloso culo por el que suspiro desde hace años y vamos a cenar.
– ¡Siempre pensando en lo mismo!
– ¿En qué?
– En mi culo… jajajajajajaja.
– Serás… – y sin dejar que acabara lo que iba a decir, Arnau le dio un golpe con el codo, suave, en el estómago.
– ¡Cabrón!
Y los dos empezaron un juego de niños, persiguiéndose alrededor de la mesa. Los dos se reían. Al final Joaquín consiguió atrapar a Arnau. Le abrazó y le pegó a su cuerpo. Se quedaron mirándose a los ojos. Sonrieron. Y Arnau le dio un beso.
– Gracias
Joaquín se quedó mirándolo a los ojos. Había tristeza todavía en ellos.
De repente, se separó de Arnau. Se fue al perchero y cogió la bandolera y la chaqueta de Arnau. Se la lanzó por encima de la silla.
– ¡Vamos! Luego, en casa – y puso una mirada picarona – te contesto a eso.
– Y ¿si vamos directamente a casa?
– ¿Y renunciar a la maravillosa cena que he encargado? ¡Ni lo sueñes! Menos mal que era yo el que “solo pensaba en el sexo” – dicho esto último en un tono de noñería insultante casi.
– Vamos, vamos – se rindió Arnau – Pero por lo menos, apaga la luz.
– Siempre mandando.
– ¡Soy el jefe!
– ¡Ja! Eso ya lo veremos. En casa hoy te toca hacer de perrito.
– ¿De perrito?
– Guau, guau – ladró Joaquín – ¿No era una de tus fantasías?
– ¿Hemos hablado de eso alguna vez? – dijo sorprendido Arnau.
– El alcohol es malo – le contestó Joaquín, guiñándole un ojo.
– Ni puta idea – dijo Arnau con una media sonrisa resignada.
– Yo sí – volvió a guiñar el ojo – Pero no lo niegas.
– Es cierto. No lo puedo negar.
– Menos mal… – y soltó una carcajada.
– ¿Lo jugamos a los gatos?
– Mientras cenamos.
– El que pierda, va a cuatro patas en casa durante toda la noche. Desnudo.
– Guay. Me va a encantar verte mover los mofletes de ese culito que me vuelve loco por toda la casa.
– Será tu culo el que se mueva – dándole una suave palmada en la espalda.
Y diciendo esto, llegaron a la calle. Arnau, cerró al puerta, mientras Joaquín abría y arrancaba el coche.
Arnau entró en el coche.
Sonó su teléfono.
Al sacarlo de la funda de su cinturón se cayó en el lado de Joaquín. Éste lo cogió y miró la pantalla.
Se lo pasó a Arnau.
Era Iñaki.
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Déjate besar y abrazar, todo será más bonito.