Va sin enmienda.

Hubo una época en que casi todos los post de este blog, los escribía con un cigarrillo en la comisura de los labios, un café en la mesita de al lado, sentado en una butaca orejera, y con la señora del cuadro mirándome.

Pasa el tiempo, pasan las costumbres.

El café y el humo mecían mis pensamientos. La señora del cuadro, vigilaba. La noche y su silencio especial mee acompañaban.

Entonces las cosas eran distintas. Aunque ahora me pongo a pensar y no las veo tan distintas.

Sigue siendo de noche. Sábado noche. Cine. Hoy ha sido triste la película. Hoy ha sido triste por todo. He reconocido a alguien que no debía haber reconocido.  Era mejor así, pero por una vez mi memoria y mi poca capacidad de reconocer rostros se han puesto de acuerdo.

Antes había historias bonitas por aquí. Estaban los chicos de la gorra y sus amigos, sus historias bonitas, historias de amor, de garra, de superación. Eran monos, majos. al final todo ese mundo se esfumó. Magia. Está, ya no está. Está, ya no está. Ya no estuvieron nunca más.

Llevo tiempo pensando que las vidas imaginarias, los mundos irreales son mucho más bonitos que los terrenos.  Tenemos muchas veces un interés desmedido y contraproducente por conocer lo que hay detrás de las historias que leemos en un blog. Conocer al autor, saber el color de sus ojos. Oír su voz… la cadencia de su habla, la música de sus palabras. Incluso a veces queremos verle el culo. Otras veces te mandan el culo sin haberlo pedido, pero eso es otra historia.

Las historias que nos inventamos, las historias que vemos en la televisión, en el cine, que leemos en un blog, o en un Faceboook… con lo bien que nos sientan, con lo que las disfrutamos… ¿para qué queremos saber más del que lo escribe, del que lo interpreta? Es mejor que nos quedemos con lo bien que hace su papel Fulanito de tal, en lugar de querer saberlo todo, conocerlo… ¿Y si le huelen los pies? ¿Y si es un antipático? ¿Y si es un tocapelotas? ¿Y si no se ducha? O es un tacaño…

… o es mentira.

Ahora seguiría carteándome con los chicos de la gorra.  Escribiría sobre ellos, me inventaría historias para solucionar sus problemas. Me sentiría bien por ello, me sentiría útil. Abriría el correo y tendría una larga carta contándome sus cosas. Y ellos vendrían, vendrían los papis, vendría el juez, el fiscal, el cura, la amiga, los músicos.

Pero un viernes eran, y el sábado… se esfumaron al ritmo de un concierto.

Saber a veces es contraproducente. Está muy sobrevalorado.

Con la prima de riesgo pasa lo mismo. Si en realidad vamos a vivir igual en el 450 que en el 425. En realidad el titular va a ser que llega a los 500 a las 10,21 h. pero si baja 50 puntos a las 12, el titular seguirá siendo:  llegó a los 500 puntos. Pero escuchas música, no te enteras, eras muy feliz, y al cabo de unos días, la prima está en los 390.

La verdad… conocerla. ¿Existe la verdad? ¿Qué somos de verdad? Yo mismo, ¿existo? ¿a alguien le importa si existo? Qué soy ¿Mi verdad? ¿Tú verdad?

Nada.

A veces es mejor no saber. Es mejor disfrutar… porque hay que reconocer que algunos se inventan vidas muy entretenidas.

PD.En realidad, todo esto es una mentira también. Porque he dicho que es mejor no saber, pero… al final siempre querré saber. Porque a veces no vale con las historias leídas, con los personajes virtuales. A veces es preciso abrazar. Besar. Y esto me viene muy bien para acabar como corresponde en estas páginas:

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

Va sin corrección ni enmienda. Tal y como fue parido.

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Dejarse llevar.

A veces dejarse ir era una tentación demasiado fuerte. Acelerar en ese semáforo en rojo y hacer que el camión que venía por la otra carretera le arrastrara unos cientos de metros y convirtiera su BMW en un amasijo de hierros informe, y a él mismo en una papilla sanguinolenta, era tan fácil. Un segundo de decisión y todo habría pasado en un par de segundos más. Apenas habría tiempo de darse cuenta de nada. Para cuando quisiera ser consciente, todo habría acabado.

Ramiro apagó el cigarrillo en el cenicero del coche. Exhaló el humo despacio, dejando que se estrellara contra el parabrisas del coche. Azul… era azul el coche… como el humo de los cigarrillos antes de pasar por los pulmones…

Azul era su habitación. Y el traje que llevaba puesto. Y el mono que utilizaba los fines de semana para sus chapuzas. El semáforo debería ser azul… la luz para pasar azul… la vida ¿es azul?

¡Mi vida! ¿De qué color es, leches?

Dio un golpe al volante. El de atrás le pitaba insistentemente: el semáforo se había puesto verde. ¡No es azul! Pensó Ramiro.

El de atrás pitaba. De repente echó marcha atrás y le adelantó acelerando con decisión y de paso, dejando media rueda en el asfalto. A Ramiro le dio tiempo a bajar la ventanilla y saludarlo al pasar sacando su mano izquierda, con el dedo anular estirado.

Metió primera. Y aceleró despacio. El semáforo estaba cambiando otra vez a rojo. No había nadie en el cruce. Se paró en medio. Cerró los ojos.

Una campana sonaba. Venia un tren a toda velocidad. Pitaba. Y pitaba. Y pitaba. Empezó a frenar… pero Ramiro sonreía, no le daría tiempo. Calculaba que al menos un par de kilómetros serían los que tardaría en parar. Cada vez sonaba más cerca… pitaba… pitaba… seguía pitando…

Abrió los ojos de repente: tuvo tiempo de ver como el tráiler lo esquivaba y dejaba una estela de imprecaciones en un idioma indeterminado. Se miró, se palpó… como si necesitara comprobar que estaba todavía ahí, que en realidad el tráiler no se lo había llevado por delante…

No sintió alivio. Quizás un poco de lástima. Pensó que a lo mejor mañana…

Debería meditar sobre si merecía la pena algo o no. Si merecía la pena alguien… o mejor no.

Con lo fácil que es apagar la luz, todas las luces. Bajar el interruptor y ya…

Se subió la cremallera de la bragueta y dio a la bomba.

Se miró en el espejo… y se hizo una mueca de resignación.

Fue al salón y cogió el libro que estaba leyendo.

Y leyó.

Aunque a los diez minutos se quedó dormido con la luz encendida y el libro en su regazo.

Pero antes de quedarse completamente dormido, tuvo un último pensamiento: ¿Y si no despertara?

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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Un pobre hombre.

Pensaba en que debía venir a este sitio, a este baúl de los angustias y de la mala follá.

Hoy estoy de mala leche.

No me siento bien así.

Pensaba el otro día sobre los chicos que se suicidaban por ser acosados por ser gays, o por parecerlo. Siempre la misma pregunta: ¿Cómo hacer que eso no ocurra? ¿Qué se le puede decir a alguien al que quieren anular los de alrededor?

Es muy difícil meterse en la piel de una persona acosada, o maltratada. Hay muchos tipos de maltrato, ¿sabes? El físico es uno, pero ¿Y el psicológico? ¿Ese que te van minando la confianza, la autoestima, que van haciéndote sentir como una mierda?

Qué rabia… acabas por sentirte una mierda.

Hay muchas personas que parece que necesitan sentirse superiores a los demás. Saber de todo más que los demás. Maridos, mujeres, padres, hijos… da igual el papel que tengan.

Yo ya sé como se sienten esos. Ahora solo me hace falta aprender a dominar esos sentimientos.

Creo que me equivoco al ponderar en demasía la sensibilidad. Es el mejor camino para ser un desgraciado. Este mundo no está hecho para eso. Está construido para tipos duros, insensibles. Es un error pretender ser sensible, y pensar en los demás, y ponerse en su piel. Ese es el mayor problema, porque por mucho daño que te hagan, a cada momento, al final acabas por sentir pena por el otro, por el que te agrede, porque en un flash, le ves como es, tan débil, tan inútil, y a los pocos minuto de sentirte una mierda, porque te hacen sentir así, cuando no puedes aguantar y estallas en una discusión amarga y fuera de toda razón, te sientes mal por no haber podido controlarte, porque al fin y al cabo, ese pobre que te agrede a cada momento tu autoestima, es un pobre desgraciado que no sabe andar solo por el mundo.

Hoy ya he entendido esa última mirada de pena que me lanzó mi madre minutos antes de morirse. Era una mirada de profunda pena. Pena porque sabía lo que me esperaba. Ella lo aguantó más de cincuenta años. Yo no puedo ni con los cinco primeros. La especie se degrada… yo no aguanto lo mismo que mi madre.

Y soy igual de cobarde quizás, o esa sensibilidad, esa capacidad de empatizar me mata, o me matará, y me condenará a no poner soluciones, y retirarme a cualquiera de las otras vidas que me esperan fuera de aquí.

Es triste, pero creo que en este caso, sabes, en este caso mi única posibilidad es que venga alguien a salvarme. Alguien que me llegue tanto dentro, que me empuje a seguirle al fin del mundo si es preciso. Recuerdo alguno que pudo tener ese influencia sobre mí, pero ya perdieron su ascendiente. Y que llegue alguien nuevo con esas características, que pueda moverme a cambiar radicalmente de vida, dejar de empatizar con quien te machaca a cada momento… me parece tan improbable… el corazón podría decir que sí, y percibo que podría darse algún caso, que podría llegar, pero… en cuanto el supuesto príncipe se ponga a pensar en las dificultades, en las diferencias, en todo… o me ponga a pensar yo… es que es curioso, hablamos de amor, pero el amor es irracional, esos sentimientos surgen y no sabes por qué… pero luego llega la cabeza, y en general ese impulso amoroso lo matamos, para seguir esperando o buscando alguien con el que no haya tantas dificultades en medio.

Qué triste que mi única posibilidad, la que veo hoy, en esta mañana gris y triste, en el preludio de un día que va a ser triste y gris, y más triste… sea que llegue un salvador.

Pero eso es lo que creo que pasa por la cabeza de muchos de los que sufren esas situaciones. Y no es tiempo de salvadores. Nadie se quiere implicar con nadie, si se ve una mínima complicación.

Hoy, pues, es un día sin esperanza.

Mañana… no sé.

Déjate besar y abrazar, que todo será mucho más bonito.

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Nada (8): Oriol.

Estaba cansado.

Llegó a casa sin muchas ganas de nada. Apenas tenía espíritu ni para prepararse algo de comer.

Llevaba días durmiendo mal. Su cabeza no podía parar. No era nada, y lo era todo. Era la vida, el trabajo, las ilusiones marchitas, su soledad.

Hoy pesaba su soledad. Le hundían los hombros. O quizás le pesara la vida.

Alargó el brazo y se acercó el portátil, que estaba en el sofá, en dónde lo tiró la noche anterior. Mientras esperaba a que se iniciara, encendió un cigarro. Se perdió un rato en las volutas de humo, escalando poco a poco en su camino al techo. En otros tiempos, eso le inspiraba. Las formas caprichosas del humo le hacían soñar con imposibles que en un momento se convertían en posibles. Ahora nada más era humo subiendo, sin alma, como el cigarrillo, como él mismo.

Abrió el correo. Sin pensarlo, dio a la carpeta de Marcos. Y empezó a releer su correspondencia con él.

¿Cómo pudo escribir esas cosas? Todo le parecía palabras llenas de deseo, de… palabras ridículas que solo indicaban el deseo, la necesidad que sentía por él. Las ganas de agradar que tenía, su necesidad de él. ¿Cómo pudo pensar siquiera durante 2 minutos que esa historia pudiera ser posible?

Manejó el ratón con soltura para abrir el messenger, como si le fuera la vida en ello. Buscó a Marcos en sus contactos, y abrió el historial. Y leyó. Y sonreía cuando él hablaba, y… «¿cómo pudo decir esas gilipolleces?», pensaba cuando llegaba a sus respuestas.

– Soy patético

Se sorprendió de escuchar su voz.

– Patético – repitió en voz todavía más alta.

– Eres patético, Oriol – casi gritó esta vez.

Vio su reflejo en la pantalla del ordenador, y le entraron ganas de llorar.

Se sobresaltó al notar que el cigarrillo se había consumido en sus dedos, y le quemaba la piel. Lo apagó con furia en el cenicero.

Hizo amago de borrar la carpeta de Marcos. Pero en su fuero interno quedaba un pequeño rescoldo de esperanza, de que eso pudiera ser algún día posible. Y si la borraba, quizás eliminaría también ese pequeño resquicio por donde se colaba una pequeña viruta de luz.

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Me voy a dormir.

Se me cierran los ojos. Estoy cansado.

Necesito dormir un ciento de horas, y olvidarme quizás de que existo. De que el mundo existe.

Pero no puedo. Ni siquiera puedo olvidarme de que tú existes, de que estás ahí. No puedo sacarte de mi cabeza, y eso que no reconozco tu cara.

Hoy, te necesito. Pero aunque no puedo olvidarte, tampoco puedo verte la cara, ni recordarte. No puedo recordar tus dedos recorriendo suavemente mi piel, mis labios juntándose con los tuyos. Pero mi piel te echa de menos, y mis labios a los tuyos.

Hoy, soñaré contigo. Soñaré con todas esas cosas que no puedo recordar, pero que necesito. Hoy te necesito más que nunca.

Soñaré contigo, sí. Te sentiré. E intentaré que mi piel te recuerde, aunque yo no pueda.

Me voy a dormir, estoy cansado. Muy cansado.

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déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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Días de rabia y olvido.

Pedro se levantó de la silla y dio un par de vueltas a la habitación.

No se lo esperaba.

Alberto le había escrito un correo anulando su cita para otra ocasión. «Necesitaba aclararse».

Poco a poco Pedro iba perdiendo la compostura. Se iba poniendo más furioso, y más… y mucho más. llegó un momento en que tenía ganas de tirar todo lo que se encontraba a su paso a la calle, por la ventana.

«Necesitaba aclararse».

– El Joputa, después de convencerme, me da la patada.

Pedro nunca había estado convencido de esa cita. Llevaban tiempo cambiándose cartas. Y se lo pasaba bien. Pero no tenía ninguna intención de que su relación de amistad con Alberto fuera más allá. Para nada. Estaba ya escamado de otras situaciones parecidas, y había llegado a la conclusión de que no le compensaba. Pero Pedro tenia un problema y era que quería quedar bien a toda costa con todo el mundo. Y cuando Alberto le propuso  conocerse, para charlar en persona, y poder contar así algunas cosas que le era difícil escribirlas, no supo decir que no.

Y empezó el proceso. «Pudo quedar este día o este otro»; «te mando mi foto»; «ten mi teléfono».

«Cuando quieras, contesta el otro».

«Pues tal día», le escribe Pedro.

«Huy no, que me viene mal».

«Pues el sábado».

Y no había respuesta…

Escribe Pedro… y al cabo de tres días: «Creo que no es lo que necesito en este momento; debo aclararme».

– Resulta que yo no quiero, la puta madre que me parió, y digo sí, por… porque soy gilipollas, y luego… toma patada en los huevos.

Pedro ya no pudo resistirse, y tiró una pila de libros que tenía en una mesa.

– Pedro, eres imbécil.

Cada vez más estaba convencido de que se había equivocado en el camino que tomara hacía cinco años. El se había creído las cosas que leía de un mundo abierto, en el que todos comprendían a todos, y se relacionaban personas de distintas sensibilidades, culturas, y edades, y que todo era happy, happy… pero la decepción le llegaba una vez más.

– Debo empezar el viaje de vuelta. Fue bonito mientras lo intenté, pero esto ya debe acabar.

Y sacó su teléfono y empezó a borrar teléfonos.

Y luego abrió su correo, y empezó a borrar correos y direcciones.

Pero su furia no disminuía.

Se levantó de nuevo y paseo nervioso por la casa.

– Es la única solución.

Se miró en el espejo, por última vez.

Se sentó frente al ordenador, y acarició una tecla: Delete.

Respiró profundamente, y la pulsó.

Tardó unos minutos. No muchos, dos a lo sumo. Todo se fue borrando: sus cuentas de correo, su MSN, su Face, el Tuenti, sus blogs, su Google+… sus perfiles, sus fotos, sus escritos… su sombra…

Ni siquiera quiso recordar ninguno de esos pequeños momentos en los que había sido feliz como objeto virtual, creado por alguien al que nunca había conocido.

No sintió apenas nada. Si acaso, que cada vez era más liviano, cuanto más avanzada el proceso de borrado. Cada vez era más transparente, más pequeño… hubo un instante en que parecía que podría volar a su libre albedrío  sin impedimentos.

Y de repente, el ordenador hizo unos ruidos extraños… y la pantalla se apagó, quedando solo un punto de luz  en el centro. Y un instante después, el punto y Pedro desaparecieron para siempre.

Nadie le echó de menos. Y si alguien lo hizo, le duró apenas unos minutos.

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Nada (7): Andrés.

Llegó a su casa.

Dejó sus cosas en la mesa del hall, como todos los días.

Saludó a su madre, que estaba viendo la tele en el salón. Le preguntó si le ponía algo de cenar. Andrés la miró durante unos segundos, y se fue a su habitación.

Su madre siguió viendo a Jorge Javier en la tele.

Andrés se tiró en la butaca. Puso los pies sobre la cama, y cerró los ojos. No podía quitarse esa opresión en el cuerpo que le había entrado en el autobús. Era como… necesitaba que alguien le abrazara, y respirara sobre su cuello. Y esa necesidad… no sabía como saciarla. Y eso le angustiaba.

Aunque quizás le angustiara saber que nunca había disfrutado de ese abrazo que añora. No lo puede añorar si nunca lo ha sentido, pero… es así. Cierra los ojos,  y percibe perfectamente la sensación de ese abrazo. Y de un beso en su cuello. Y de la respiración del otro.

Coge el portátil, lo enciende.

Mira su correo: nada.

Mira la otra cuenta: nada.

Mira sus perfiles: nada.

El móvil ya lo miró antes de abrir la puerta de casa.

Se mira a sí mismo, en el reflejo de la pantalla:  nada. Porque Andrés no se siente importante para nadie, así que, no existe.

Y eso duele. Vaya que si duele.

Y lo hace en el mismo corazón que Andrés se aprieta ahora, intentando controlar su respiración.

– Andrés te he dicho mil veces que no dejes las cosas en la mesa del Hall – le grita su madre desde el salón.

Andrés no contesta.

Su madre se sienta; ya ha acabado la publicidad.

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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Tres pensamientos, tres, para el día 29 de junio.

Hay días que parece que deben ser de una forma determinada. Por ejemplo, un día de fiesta entre-semana, porque son las fiestas de tu pueblo, y además en el mes de junio, debería se un día soleado, claro, brillante. Y si no lo es, tienes la necesidad de mirar el calendario una y otra vez, para comprobar que es fiesta, y no deberías ir al trabajo. Fíjate que corte, si un día te equivocas, piensas que es fiesta, y no vas a trabajar. Y además es que esa escusa, no se la creería ni el jefe más cómplice del mundo.

Hoy llevo todo el día, que todavía no es mucho, soñando despierto en que un chico me abraza por la espalda, y nos quedamos así, mirando el paisaje. Este pensamiento o sueño despierto, tiene la variación de que soy yo el que le rodea la cintura con mis brazos, y apoyo la barbilla sobre su hombro. El solo junta sus brazos con los míos. Y estamos los dos tranquilos, respirando al unísono, siguiendo el ritmo. Pero abro los ojos y no siento a nadie abrazándome, ni que mis brazos rodean los de nadie. Será uno de estos días tontos que necesitas una pequeña dosis de cariño físico. Será que como el día no es lo brillante que uno esperaría, sientes nostalgia de lo que no tienes.

Sabes, últimamente pienso mucho en los papeles que adoptamos en nuestras relaciones sociales. Estoy llegando a la conclusión de que aunque somos seres sociales, estamos acojonados con el hecho de relacionarnos. Nos aterra que descubran nuestras simplezas, nuestros puntos débiles. Y nos creamos máscaras. Una, la de líder, un semi-genio, con las ínfulas de un genio, soltando ideas a diestro y siniestro. Otro papel que podemos adquirir es el de payaso del grupo. Es un rol que suelen representar lo que se incorporan a un grupo, y, por ejemplo, son más jóvenes. Se sienten inferiores a los demás, y siempre están riendo, aunque la risa sea la más forzada y falsa del planeta. Este papel también se suele dar en los grupos en los que, no habiendo diferencia de edad apreciable, si lo hay de condición social, o cultural, o sexual. En el caso del payaso, luego suele aparecer el de «coro del payaso». Una pena, porque a veces el payaso suele ser alguien que a lo mejor sería interesante de conocer y escuchar. Una pena… sobre todo si encima, es mal payaso.

Luego está el papel de erudito. Eso espanta a mucha gente, y te da la escusa de apartarte de otra mucha. Este papel es peligroso, porque eruditos y cultísimos, hay muy pocos. y además, es muy fácil herir amores propios de las personas que se acercan. Estos tienden, si encima son a veces un poco pedantes, a quedarse más solos que la una.

Otro día hablaré del «guapo». Y del que adquiere el papel de «pareja de», que suele parecerse al de sombra, o al de secretario sin sueldo.

Y yo sigo sin recibir ese abrazo maravilloso que necesito.

Y hoy, no se me olvida, la despedida más famosa del mundo:

Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

PD. este es un blog modesto, con muy poquitas visitas, y menos lectores. Pero el otro día me dio mucha pena que no entrara nadie en todo el día. Ni una sola visita. ahora que lo pienso, no pude elegir mejor el tema para el relato que estoy desarrollando ahora: «Nada». Para que luego algunos se quejen.

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Nada (interludio): Matías.

Matías estaba triste. Sentado ante el portátil, quería expresar todo lo que sentía, o lo que no sentía y debería haberlo hecho. Pero las palabras no acudían a sus dedos. Quería dejar volar las ideas y liberarse de ellas, pero, solo podía centrarse en el hecho de que  había tirado la tarde, la noche.

Por primera vez en mucho tiempo, se había sentido completamente desubicado. Había conocido a un montón de personas, para que luego, la chica enrollada hiciera la pregunta: ¿Y no te sientes raro? ¿O ya pasas de que te llamen «el viejo»?

Matías visualizaba en su mente las distintas fachadas que había visto esa noche: el jovencito payaso, que era payaso para llamar la atención de todos los demás, porque como es el benjamín, nadie le toma en serio. El chico que es la mochila del líder: todo lo que dice debe ser aprobado por su chico. Y éste le concede la «gracia» de ser su agenda, y su memoria. La chica enrollada. Los grupos de amigos, divididos en subgrupos de amigos, que aunque parece que se llevan bien, algunas miradas de soslayo, indicaban claramente que ciertas bromas y comentarios, ya cansan. Porque a veces ser el payaso del grupo, y la payasa mayor del grupo, tiene sus riesgos, sobre todo cuando se abusa de la repetición de la misma coña; que harta.

Matías se levanta un minuto del ordenador, para buscar inspiración en la ventana. Pero solo encuentra, el reflejo de su sonrisa triste en el cristal. Pero piensa que es mejor que la sonrisa boba que tuvo toda la tarde, al no enterarse de nada de lo que se hablaba a su alrededor. Pero el resto sí lo sabía.

Vuelve a la mesa, y cierra el portátil. Será mejor que se vaya a dormir, piensa. Quizás la luz de la mañana, o el calor del día siguiente, consigan quitarle la acidez de estómago que le había producido la cena.

Pensó, mientras se bajaba los calzoncillos, que las relaciones sociales requerían de un esfuerzo que en esos momentos no estaba dispuesto a gastar. Se tumbó en la cama, desnudo, y empezó a acariciarse suavemente u cuerpo. «total», pensó, «si con la imaginación puedo estar con quien quiera, y encima, hacer lo que quiera».

Y en ello se concentró.

Lo que nadie sabe es con quién lo hizo esa noche.

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Nada (6): Germán.

Germán soltó las bolsas de la compra sobre la encimera de la cocina. Por su boca salían imprecaciones y juramentos sin medida. Justo cuando salía del supermercado, le había pillado la tormenta, y lo que parecían cuatro gotas en la puerta, apenas unos minutos después se convirtieron en un diluvio. En apenas unos minutos más, estaba empapado. Su traje chorreaba. Sus pies nadaban dentro de los zapatos, con ese sonido tan desagradable que es inherente a esa situación.

Se sacó los zapatos, y se quitó los calcetines. Los tiró contra la pared con fuerza.

Se quitó el traje y lo colgó en una percha de la cuerda que tenía en la terraza de la cocina.

Un trueno aterrador, le hizo estremecerse.

– ¡Joder! ¡Mierda puta! ¡Puta tormenta!

Se quitó la camisa y los calzoncillos, y los metió de un golpe brusco en la lavadora.

Desnudo, se fue hacia el baño. Abrió la ducha y se metió debajo. Dejó correr el agua por su cuerpo. El tiempo dejó de tener medida, y el espacio y la realidad se tornaron en sueños. Una fiesta en su casa, mucha gente, su teléfono no dejaba de sonar. Gente normal, sin dobleces, sonrientes, alegres, y preocupados por los demás. Con ganas de hablar, de sentir, sin preocuparse por ser más, o ser menos. Sin juicios.

Un chico le sonríe de esa forma. Se acercan. Yo fulanito, muak,  yo Germán, muak. ¿Y que haces? ¿Y tú? Pues yo… Pues yo… ¿Y te gusta ir al campo?… ¿te gusta la pintura? ¿vamos mañana al cine? Yo me apunto, dijo Menganito, que se acercó… Un móvil empieza a sonar…

Germán deja el mundo de los sueños. El teléfono suena de verdad. Cierra la ducha. Corre por el pasillo desnudo y chorreando agua. El teléfono calla justo cuando solo le quedaban dos pasos para llegar.

Coge el inalámbrico y vuelve al baño. Se sienta en la taza del water. Mira el teléfono.

No suena.

El suelo se va llenando de agua, que escurre poco a poco su cuerpo.

Coge una toalla y acaba de secarse. Tira la toalla sobre el charco y la pasa con el pie para secar el suelo. Recoge con ella las huellas que ha ido dejando en su carrera hacia el teléfono. Se agacha y recoge la toalla. En un gesto único, la tira contra la pared en un gesto de rabia rayando con la furia.

Sin saber por qué, viene a su cabeza, la cajera del supermercado. Ni siquiera ha sido capaz de mirarlo. Ni una sola vez.

Con el albornoz sin atar, se va al ordenador. Revisa sus cuentas de mail. Nada.

Mira el móvil: Nada.

El teléfono de casa, no vuelve a sonar.

Nada.

– Debería guardar la compra – se dijo en voz alta – Sí Germán – siguió con su soliloquio – para una vez que tienes ganas de llenar el frigorífico, vas a conseguir llenar la bolsa de la basura.

Volvió a abrir el correo: nada.

Se levantó trabajosamente, y fue a la cocina.

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Déjate besar y abrazar, todo será mucho más bonito.

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