Días de rabia y olvido.

Pedro se levantó de la silla y dio un par de vueltas a la habitación.

No se lo esperaba.

Alberto le había escrito un correo anulando su cita para otra ocasión. «Necesitaba aclararse».

Poco a poco Pedro iba perdiendo la compostura. Se iba poniendo más furioso, y más… y mucho más. llegó un momento en que tenía ganas de tirar todo lo que se encontraba a su paso a la calle, por la ventana.

«Necesitaba aclararse».

– El Joputa, después de convencerme, me da la patada.

Pedro nunca había estado convencido de esa cita. Llevaban tiempo cambiándose cartas. Y se lo pasaba bien. Pero no tenía ninguna intención de que su relación de amistad con Alberto fuera más allá. Para nada. Estaba ya escamado de otras situaciones parecidas, y había llegado a la conclusión de que no le compensaba. Pero Pedro tenia un problema y era que quería quedar bien a toda costa con todo el mundo. Y cuando Alberto le propuso  conocerse, para charlar en persona, y poder contar así algunas cosas que le era difícil escribirlas, no supo decir que no.

Y empezó el proceso. «Pudo quedar este día o este otro»; «te mando mi foto»; «ten mi teléfono».

«Cuando quieras, contesta el otro».

«Pues tal día», le escribe Pedro.

«Huy no, que me viene mal».

«Pues el sábado».

Y no había respuesta…

Escribe Pedro… y al cabo de tres días: «Creo que no es lo que necesito en este momento; debo aclararme».

– Resulta que yo no quiero, la puta madre que me parió, y digo sí, por… porque soy gilipollas, y luego… toma patada en los huevos.

Pedro ya no pudo resistirse, y tiró una pila de libros que tenía en una mesa.

– Pedro, eres imbécil.

Cada vez más estaba convencido de que se había equivocado en el camino que tomara hacía cinco años. El se había creído las cosas que leía de un mundo abierto, en el que todos comprendían a todos, y se relacionaban personas de distintas sensibilidades, culturas, y edades, y que todo era happy, happy… pero la decepción le llegaba una vez más.

– Debo empezar el viaje de vuelta. Fue bonito mientras lo intenté, pero esto ya debe acabar.

Y sacó su teléfono y empezó a borrar teléfonos.

Y luego abrió su correo, y empezó a borrar correos y direcciones.

Pero su furia no disminuía.

Se levantó de nuevo y paseo nervioso por la casa.

– Es la única solución.

Se miró en el espejo, por última vez.

Se sentó frente al ordenador, y acarició una tecla: Delete.

Respiró profundamente, y la pulsó.

Tardó unos minutos. No muchos, dos a lo sumo. Todo se fue borrando: sus cuentas de correo, su MSN, su Face, el Tuenti, sus blogs, su Google+… sus perfiles, sus fotos, sus escritos… su sombra…

Ni siquiera quiso recordar ninguno de esos pequeños momentos en los que había sido feliz como objeto virtual, creado por alguien al que nunca había conocido.

No sintió apenas nada. Si acaso, que cada vez era más liviano, cuanto más avanzada el proceso de borrado. Cada vez era más transparente, más pequeño… hubo un instante en que parecía que podría volar a su libre albedrío  sin impedimentos.

Y de repente, el ordenador hizo unos ruidos extraños… y la pantalla se apagó, quedando solo un punto de luz  en el centro. Y un instante después, el punto y Pedro desaparecieron para siempre.

Nadie le echó de menos. Y si alguien lo hizo, le duró apenas unos minutos.

1 comentario

Archivado bajo relato

Una respuesta a “Días de rabia y olvido.

  1. Sul

    Nunca se puede afirmar sentencias de lo que pensarán o harán otras personas, sep. Pedro debería llevar a arreglar el ordenador, que mañana será otro día

Deja un comentario